miércoles, 19 de octubre de 2016

Del fotógrafo y la fotografía a propósito de la estética del poder de Esso Álvarez.




Fotografia de Francisco Arteaga tomada del muro de Esso Alvarez



Wilson Prada
La aventura
          La GAN  se levanta como un templo en una de esas películas enmarcadas después de la destrucción del mundo. Sus alrededores semejan un campo de batalla, un área de supervivencia. Enseguida me asalta la idea de  iniciar algún ensayo en torno a la involución que rodea los espacios de la cultura en una ciudad venida a menos; una metrópoli en la que los toldos haraposos de los tarantines y las losas de concreto de un no sé qué inacabado que rodean sus espacios de arte me confrontan con la idea de la ciudad estuche de Virilio; sin embargo, hay algo excitante en el riesgo de adentrarse en este sector en el que los ojos pintados sobre las edificaciones son fieles testigos de la decadencia..

                  Fui seducido por la poética de la imagen y el compromiso social de la fotografia… desde entonces he sido cazador y presa a la vez.    
 Esso Álvarez
Zona V
          Confieso que, aun cuando las veo en solitario, nunca voy solo a las exposiciones. A cada muestra a la que asisto como espectador-lector invito a algunos  allegados  de buena formación fotográfica para asegurar la tertulia al final del día. Tal vez por este trabajo de  escribir me gusta acercarme calladamente a los grupos y escuchar sus versiones de lo visto, sus dudas y reacciones que luego convierto en insumos para mis pensamientos. Sí, así es mi manera de hacerlo; una vez que he atrapado mi goce desde lo sensible, doy paso al disfrute de lo teorético: converso lejos de la muestra con mis acompañantes para no alterar las lecturas de los visitantes y exponemos nuestros argumentos desde varios angulos teóricos. Disfruto el hecho de encontrar  en ellos una mirada más genuina, una  que contrapongo a mis lecturas a veces anecdóticas por el hecho de conocer a una gran mayoría de los fotógrafos nacionales. En esta fase, el café se hace parte de la reafirmación o la contrariedad al escuchar al otro; por ello, nunca escribo sin esa tertulia en la que  encuentro el comentario de cierre. 

          A decir verdad, y  dada la predisposición de la aventura previa  no me esperaba más que una sala alta como un aporte a esa estética del poder a la que asistiría. Pensé de hecho, por la cantidad de fotos previas que había visto en la red en el proceso de montaje, que todo culminaría con un gigantesco muro que me obligaría a ver de un sólo golpe esa acumulación de imágenes. En algún momento  pensé que serían demasiadas lecturas o que no alcanzaría a digerirla en las escasas tres horas que tenía a la disposición para visitarla, inclusive cruzó por mi mente darle un primer paseíllo para luego entrar al análisis en una siguiente visita, pues, tiendo a embotarme con rapidez de las exhibiciones ante la cantidad de fotografías  que  albergo cuando  mi ojo está en modo crítico.

          Me gusta ese ejercicio imaginativo de inventarme soluciones museográficas a aquello que conozco de miradas planas en mesas o monitores y disfruto de ver qué tan distinto es todo en la  realidad de las salas cuando ello queda en manos profesionales; así descubro muchas respuestas a un mismo planteamiento.


          La estética del poder  1980-2013 de Esso Alvarez, vista en la sala, es una selva de opiniones visuales en la que lo simbólico ha hecho su morada. Es un laberinto que recuerda las epifanías de Gasparini,  Un laberinto que huele a historia; no sólo por el pasado que representan las imágenes, sino porque la muestra está en gerundio, "escribiendo" otra para este momento de la fotografía nacional en el que importantes museos están llenos de planteamientos estéticamente extemporáneos. Digamos que es un momento en el que muchas salas se prestan a un ejercicio de "Paleontología fotográfica" en el que extrañamente,  casi todo lo excavado tiene fecha del siglo XXI, pero ha sido realizado por autores jovenes que son presentados como soportes de la nueva generación aun cuando  pueden ser ubicados estética, técnica y evolutivamente en los lejanos 60´ del siglo  pasado. 

          En este preocupante contexto, ver una muestra de carácter antológico como la de Esso Álvarez pretende colocar las cosas en su lugar y mostrar a un fotógrafo que asume responsabilidades con sus distintos momentos históricos con una interesante adaptacion a nuevos lenguajes al final de su exhibicion. que además  da claras muestras de respeto por el producto final de su trabajo (algo que parece extraño a gran parte de los nuevos creadores) Los 27 portafolios que conforman la muestra ademas de cuatro premios Luis Felipe Toro en distintas categorías, representan la capacidad ensayística de este autor que va desde la pauta de un medio impreso  hasta la vivencia, desde lo público hasta lo íntimo, desde lo cercano a la obra del otro hasta lo sentido de la obra propia.


 Zona VII 

          Recorrer esta sala me confronta allí, in situ, con lo ya vivido. Casi todos estos personajes respiran desde el borde de sus marcos negros una atmósfera que no es la misma que yo respiro; sin embargo, mi memoria dialoga con sus cabellos oscuros. Así los conocí en aquellos años. Poetas, fotógrafos, artistas, gobernantes, grupos de juego; todo un poder en cada entorno. Esso Álvarez nos muestra  la interesante dinámica entre el poder político y el poder del estado, entre el poder de los medios y el del pensamiento, el de la sociedad civil y el de la cultura. aqui los vemos como poderes necesariamente enlazados y vinculados dentro de la normalidad de un país de decisiones independientes. Pero también se lee fuera del marco cómo la amalgama, la dependencia o el sometimiento de uno de ellos por el otro es un fenómeno que, como en la lucha por la vida, termina defectuoso y muere. Esto es, a mi juicio, un discurso subyacente en la exposición.
       Como era de esperarse, en todo el recorrido se siente la influencia de importantes fotógrafos que marcaron la memoria visual de Alvarez; fotógrafos que se convierten en origen, no en fin ni en objetivo. Visiones que produjeron en él una manera de mirar bien definida: lo irónico, lo paradójico, la huida de lo simple para acogerse en lo compositivo siempre enmarcado en una respetuosa escala de grises con tendencia a la parte baja de la curva (típico de los autores que le influenciaron), Allí está  la mirada siempre cargada de símbolos de Kertezla respuesta de acción inmediata de Gasparini o la visión de la calle y el espacio siempre certera y pausada  de Grandal o Scotto,  de Koudelka o Winogrand,  de Frank o Burrí. Ante estas presencias me planteo que un autor es la suma de miles de otros ojos que se han convertido en su forma de ver el mundo; dicho esto, creo que un autor culto obtura  siempre en la complejidad de lo simbólico; Por lo tanto,  tiene la  capacidad de ir más allá del registro y culminar en la opinión y en el argumento, en pocas palabras, culmina  en la construcción de una estética determinada; por eso, y a contrapelo con la relevancia que se le otorga al proceso tecnico en el texto de catálogo, asumo que esta exhibición demuestra que más allá de los procesos está el artista que le da vida a la imagen. A mi parecer, no es el grano ni el pixel lo que determina la fuerza de estas imágenes, ni es la plata o la tinta lo que comunica más allá de los pequeños detalles; por el contrario,  es la fuerza del mensaje lo que engancha al lector; es el tenue acercamiento a la piel desnuda; el asombro ante la metamorfosis; es la mano enguantada del niño del 23 que diluye  su identidad y que sueña la gloria, contrapuesta a  la mirada decidida del otro que con su arma sueña el poder de la fuerza; es el espacio de Cristo que visita al sin cuerpo y la ancha espalda del poder de Castro.  Es la duplicidad identitaria  de  iconos históricos en repúblicas visualmente enfrentadas;  la energía de Cap y su alter ego en un Chavez hecho espejo histórico: uno de espaldas al globo, otro poseído en la euforia. Uno con el poder a tres manos, otro con el poder  absoluto.  

            Ante la búsqueda de respuestas de esta visita, surge mi primera anotación: Estar allí, ante el personaje indicado en el momento indicado, es parte de  un ejercicio del poder que tiene quien ejerce la fotografía. El poder del fotógrafo está en controlar de algún modo, la forma en que se establece o desintegra, según sea el caso, el  nexo entre sociedad y su representante. Es el fotógrafo quien suplanta la vivencia  del espectador común e impone  su mirada de la realidad una ve convertido en el ojo- cuadrícula o una vez transformado en el ojo intencionado que, dado su nivel de cultura, puede afectar al lider a través del manejo simbólico.

          Las huellas visuales  acumulan intenciones, gestos, rostros, texturas, acciones que de a poco conforman una estética determinada. Luego, en una segunda anotación, me afirmo que es el fotógrafo quien inicia la escalada de mitos del poder del hombre-político, del hombre-partido; pues, entre todos los que generan la historia, es ese ojo intencionado, al fin y al cabo, el que juega a la existencia del otro, es él quien inscribe en la memoria colectiva la forma en que el otro será parte del recuerdo; de allí, lo inútil de su ingenuidad, lo estéril de su ausencia crítica o lo peligroso de su indiferencia; entonces, no basta con lograr ese acercamiento con importantes imágenes si en la exposición al receptor se destruyen los adjetivos que le dan vida al discurso; por ello, el apoyo de un curador como Félix Hernández y de un museógrafo como Daniel Hernández  fundamentados a su vez en el trabajo de maestros laboratoristas e impresores como Abel Naim, Araceli Cortés, Leizer Olivera y Henry Núñez cierra el círculo de aciertos en las decisiones de “la estética el poder 1983-2013”


          Definitivamente la estética del poder es una de esas “muestra-escuela” donde lo autoral, lo curatorial y lo museográfico convergen acertadamente para la comprensión de una manera de ver la historia.
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                            Fotografia de Francisco Arteaga tomada del muro de Esso Alvarez
                                

Zona III

          Al salir de la GAN vuelvo a la tierra. He allí la otra realidad: no la interpretada por Esso Álvarez en el espacio sino la denotativamente vívida del lugar. No está demás decir que ambas realidades dialogan para hacernos pensar que  aquella estética del poder y esta desolación se enlazan en una visión de causa y efecto. 

          En cuanto a la lectura total de la muestra sólo un detalle se negó a mi forma de leer y, aun ahora,  al estar escribiendo esta nota sigo  sin comprender el lugar del conjunto “mal de origen” en el contexto; sin embargo, esta tachadura es irrelevante ante los aciertos. 

          ¿Será esta visión que expongo de La estética del poder 1980-2013  alimento para el ego del artista que bien sabe hacer de ello el tema de su performance?  pues, no es mi papel juzgar  su  convicción de obra caminante o de su ego hecho discurso.  Básicamente, me remito a las imágenes y a su importancia en nuestra vida fotográfica; sin embargo, estoy convencido de que de no ser por esa actitud que Alvarez tiene ante la vida, no hubiese estado en el lugar y en el momento oportuno para disparar. Allí surge mi tercera notación: Tener conciencia de ello, sólo es posible al entender la importancia del hecho fotográfico en la construcción de la historia de la humanidad  y su innegable fuerza de cambio. Para cualquier fotógrafo, tener conciencia de ello, es comprender que  el gatillo de la identidad del líder está bajo la tensión de un dedo índice que responde con la obturación a un acto consciente, un acto intencionado. Ese disparo  produce la memoria de un poder que construye y devora al mismo tiempo. Ese disparo es la opinión de un autor que es cazador y presa al mismo tiempo.


P.S.
          Esta exhibición es un gran muro para el futuro del autor pues,  este  también es presa de la altura de la vara que debe rebasar tras cada muestra, Él está consciente de que es  presa de sí mismo y del poder del crítico que sigilosamente sabe hacia dónde se mueve; por ello, hacemos seguimiento de las actividades en el marco de la muestra y, en algunos casos, aun en la distancia, nos sorprende la soberbia que enmarca algunas respuestas que tanto el curador como el artista ofrecen a las dudas de quienes como espectadores aspiran profundizar en sus lecturas iniciales cortando así  el flujo de la retroalimentación.  

          El éxito debe ser administrado con cierta humildad para saltar la nueva escala de la varilla; de lo contrario se da vuelta hacia nosotros y nos punza en los ojos para retarnos con sólo preguntarnos en unos meses: ¿Y… ahora?


Agradecimiento a Francisco Arteaga por las imágenes