Aproximaciones a la lectura del
selfie
WILSON PRADA
“Lo que
el mito [de Narciso] pone en relieve es que el hombre queda inmediatamente
fascinado por cualquier prolongación de sí mismo en cualquier material distinto
de su propio ser”
Marshall
Mcluhan
El selfie
parece responder a la desarticulación que caracteriza a la cultura digital en
lo que respecta a la imagen. Su ejecución deja de lado la formalidad y la
intencionalidad que caracterizó al autorretrato en la cultura analógica. Por
ello, la comprensión de este fenómeno no es posible desde la óptica tradicional
(metódica y coherente) propia del piso estructurado del siglo XX. Tal visión,
muy común en la mayoría de los escritos dedicados a la fotografía, nos lleva en
el marco de esta era digital a una reacción de rechazo, adjetivando esa
modalidad fotográfica como banal e intrascendente porque parece estar basada en
la desconexión de los lazos afectivos sin aceptar que, en lo que nos atrevemos
a llamar la generación espejo, la relación de afecto ha cambiado de la caricia
física a la caricia virtual. Tomando en cuenta esta premisa, tratar la
dicotomía autorretrato-selfie amerita un análisis a la luz de las distintas
formas de interrelación social. La arena movediza de esta etapa de la cultura,
requiere un pensamiento flexible, abierto, capaz de aceptar nuevas dudas en
torno a nuevos paradigmas.
En
base a lo antes expuesto, consideramos conveniente desglosar el selfie desde
distintos puntos de vista que van, desde lo meramente fotográfico, hasta lo
semiótico.
En
principio, observamos algunas características de importancia para reconocer su
existencia: la primera (y en ella difiere del autorretrato) es que el selfie
adopta la felicidad de la existencia del autor o la aceptación de la felicidad
del otro. Esta característica es tal vez, la menos tratada en las discusiones
pero, parece una constante en el mayor número de las imágenes de este tipo
vistas en la red. En segundo término,
el o la selfie (su uso es indistinto) es un acto de autosuficiencia fotográfica
ya que existe un desprendimiento de la dependencia del otro para su ejecución o
registro. El autor, como en el autorretrato, es dueño y responsable de sus
actos. Por otra parte, podemos tratar una tercera característica y es que, a
diferencia del autorretrato, el autor conoce en gran medida su entorno de
consumo y los puntos débiles de sus receptores así que juega libremente con su
difusión y con la relación identidad-contexto.
En el
marco de lo fotográfico
Desde
lo fotográfico podemos decir que el autor es cualquier persona que utiliza un
dispositivo de captura con acceso a la red. En una escala de capacidades
fotográficas se está en niveles primarios de respuesta ubicándose tal vez en el
“Yo puedo” (Voglar, 2005) es decir, el autor domina al menos las configuraciones
necesarias para realizar la toma, a diferencia del autorretrato en el que la
intencionalidad ubica al fotógrafo en niveles superiores en cuanto a su
capacidad de respuesta, pasando del “yo puedo” al “yo opino” e inclusive al “yo
argumento” independientemente del dispositivo de captura utilizado. Otra
característica interesante nos deja ver que en el selfie el autor-protagonista está en el primer plano. Su relación
de distancia con la óptica es la del brazo extendido o la que determine la
visión del cuerpo ante el espejo hasta cubrir, cuando mucho, un plano de cuerpo
entero (apoyado en este caso con un extensor o bastón diseñado como soporte del
dispositivo). La composición es poco flexible. Este interesante punto también
lo diferencia del autorretrato que, por su carga de derivaciones históricas,
permite grandes libertades en el ejercicio compositivo.
En
este orden de ideas, podemos plantear que la autofoto es tomada a través de
cualquier dispositivo de captura de imágenes que ofrezca la posibilidad de manipulación
e inmediatez suficiente para la conexión a las redes: cámaras compactas con
conexión wifi, teléfonos móviles, entre otros, lo cual evoluciona hacia el uso
de dispositivos de vuelo controlado (Dronie).
El dispositivo de captura, lejos de representar un escollo técnico, facilita la
construcción colectiva de la identidad que cada quien desea de sí mismo,
alimentando así el archivo autobiográfico. Por el contrario, en el
autorretrato, aunque la imagen también puede obtenerse a través de cualquier dispositivo
de captura, la inmediatez y su conexión a la red no son un requisito, pues la
identidad es construida en solitario. Es un acto individual y es presentado
como una representación densa y genuina del autor a un espectador poco
interactivo.
Por
supuesto que en este contexto vale la pena hacer una lectura más acuciosa, y
detenerse en esta visión por la pantalla-espejo del dispositivo que permite
construir una interesante hibridación en las máscaras identitarias creadas para
la ocasión. En la autofoto se explora, de manera poco intencionada, el ángulo y
la pose en función de la construcción de un nuevo cuerpo que se adelgaza y
reconstruye ante la curvatura del lente. El busto crece. La masa física se
deforma en la toma en picado por efecto de la aberración óptica. Lo
provocativo, lo sensual, lo vanidoso se amalgaman en un yo que promueve su
perfil en las redes. Esto convierte al productor de esas imágenes en un
vendedor de nuevos cuerpos que goza del preciado don de la ubicuidad. Alguien
capaz de estar en el fluido virtual desde cualquier lugar y aceptar un “me
gusta” como moneda de curso afianzando una especie de simbiosis entre él como
autor del selfie convertido en
alimento visual y quien actúa como consumidor desde la mirada ajena: ese “Otro”
que en el sentido lacaniano se pudiera entender como formador de identidad.
Tal
como podemos constatar a diario, en la cultura digital, ese trueque entre las
partes se da a través de un intercambio de caricias textuales reforzadas por
caricias graficas a través de iconos (emoticones) cargados de expresividad. El
autorretrato, por el contrario, hace poco énfasis en lo físico del fotógrafo.
La validación externa no es su fin último. Más bien, hace énfasis en lo
reflexivo, en la interioridad.
Acercamiento
a una clasificación y otras consideraciones teóricas
En
cuanto al discurso, el selfie, a
nuestro parecer, enfatiza al menos tres maneras de mostrar el sujeto y su
relación con el entorno. Una de ellas es el “Yo estoy aquí” (Braggie) dejando buena parte del
encuadre destinado a mostrar el espacio físico en el que se encuentra el autor.
Por lo general, el espacio mostrado se presenta inalcanzable para la mayoría de
quienes componen el grupo de sus seguidores en la red. Esta conducta, ya
tratada ampliamente por Sontag en su ensayo Sobre la fotografía (1973), se
revitaliza en su condición testimonial.
Un
caso distinto es la presencia del otro como factor desencadenante del acto
fotográfico. El “Yo estoy acompañado de” no sólo exacerba casi de forma
inconsciente el impulso de la toma, sino que, en esta modalidad, la complicidad
valida y justifica la acción, pues ambos pretenden activar con fuerza los
contadores de visitas, de aprobación y de comentarios uniendo sus perfiles.
Esta modalidad va desplazándose hacia el selfie grupal (Usies) y dicho desplazamiento, parece estar estrechamente
relacionado con su valor de cambio en la economía de las redes.
En
las modalidades antes planteadas (tanto el selfie
que muestra el espacio, como el que hace énfasis en lo grupal) el valor es
testimonial. La idea es registrar con la mayor fidelidad posible el entorno del
autor. Desde el campo de la semiótica, el autor de estas fotografías no
pretende la reinterpretación del contexto con fines estéticos, mucho menos
pretende desdibujar la huella de lo fotografiado y su indivisible unión al
referente hasta hace unos años tomado como realidad. Por el contrario, hace
énfasis en esa supuesta realidad, echando mano del valor de índice de lo
existente que Dubois (1995) había dado a la imagen fotográfica por ser, según
su punto de vista, el indicador de la existencia de lo fotografiado. Para el
autor del selfie, aun desconociendo
esa naturaleza indéxica de la que hablamos, ese apego a la existencia de lo que
ve en su imagen, justifica sus fines. La posibilidad de impedir la duda lo
convierte en un personaje con la habilidad de estar permanentemente en la
movida social así como consolidar su reputación de usuario. Esto dista mucho
del autorretrato en el que el autor-sujeto hace esfuerzos por desplazarse hacia
la interpretación de lo fotografiado otorgándole, como en todas las artes
visuales, un alto porcentaje de duda en cuanto a su anclaje con la realidad.
Ese nivel de intencionalidad lo acerca más a la propuesta de Soulages (2005).
Es decir, a ir más allá del acto fotográfico y adentrarse en la fotograficidad
como un conjunto de decisiones sobre el archivo, a fin de lograr la
singularidad de la obra.
Por
otra parte, en un tercer tipo de autofoto, la imagen es construida con más
cuidado en el espejo, por lo que se encuadra y edita con un poco más de
intención antes de la toma que, por lo general, se realiza con el dispositivo
ubicado perpendicular al reflejo. En esta oportunidad tratamos los selfies donde el autor lo es todo (Belfie, Welfie, Selfie). En estas
imágenes hay una negación del plano general. El fotografiante parece disfrutar
seccionando su cuerpo y construyendo su colcha de retazos identitaria como un
cirujano experto. La imitación de artistas reconocidos se hace recurrente. La
belleza no es el pase de entrada como sí lo es la actividad de enlace y la
atención a la difusión o a la controversia en la red. En estos casos, la
caricia virtual alimenta la vanidad de parecer y poseer. Por este tipo de
fotografía, algunos autores hablan del selfie
como generador de una estética masificada que parece desvanecer las
fronteras entre la imagen pública y la imagen privada. A nuestro parecer, la
extimidad como meta del autor del selfie
se convierte en la carta de aceptación, en una nueva manera de ver el espacio
de convivencia. La oportunidad de engranar en la estructura de intercambio por
un cortísimo tiempo, vale el esfuerzo de sonreír ante ese dispositivo que es
cámara-laboratorio-correo-periódico y en el cual la respuesta se reduce a
segundos. En consecuencia, volviendo al inicio del presente texto, el selfie no puede ser analizado con los
parámetros de una cultura ya superada en la que los conceptos de espacio y
tiempo estaban bastantes definidos.
Algunas
lecturas del selfie como fenómeno en la red
En
lo que respecta a su lectura en la red, este tipo de imagen lleva el estigma
del récord. Lo efímero de su existencia depende de los contadores que van generando
metas a superar en su próxima edición. En este caso, ser punzante en la
generación de controversia fortalece la vanidad y produce a su vez más enlaces,
likes y comentarios como reacción en
cadena. El “cuánto tienes” “cuánto vales” no se refiere a bienes, sino a cortos
textos que aumentan la carga de fabulación de la fotografía tratada. El
objetivo es ser viral; todo lo demás parece ser una práctica para lograrlo.
En
otro orden de ideas, desde el mundo de la psicología algunos autores apuntan a
la teoría de que, a diferencia del autorretrato, el culto al yo visto por mí
mismo a partir del selfie, parece
exponer también las fisuras en la capacidad comunicacional y de relación del
autor en el mundo real. Por el contrario, creemos que el andamiaje de la
autofoto no va en relación inversa con la capacidad de socialización en el
mundo físico, sino más bien, con las políticas de aceptación practicadas por un
entorno de seguidores con características de tribu virtual que, por convención
del colectivo, permite en los contadores la inflación de seguidores inorgánicos
y así, la obtención de likes
inorgánicos como intercambio. Esto, lejos de afectar las relaciones en el mundo
real (como sí parece hacerlo el smartphone)
mantiene el contacto y la caricia que apuntala la identidad del autor en la
parte superior de la pantalla del ordenador.
Lo
antes expuesto, visto de manera superficial, pareciera calificar al selfie como una estupidez globalizada
pero, por el contrario, es una manifestación de la cultura digital que responde
a nuevas formas de interrelación basadas en valores distintos a los que
estábamos acostumbrados. La atención a los asuntos de importancia para la
convivencia solo se ha desplazado a otras formas de comportamiento-. Vale decir
que, aun así, las formas habituales de convivencia no han sido abandonadas de
forma definitiva por las nuevas generaciones. La reafirmación del yo y la
construcción de la identidad mosaico (Castaño 2012) están acorde a las
necesidades del conglomerado humano que crece y se educa en el intercambio de
lo que para nosotros pertenece solo a nuestra intimidad. De tal modo que los
calificativos utilizados para caracterizar al selfie y a sus autores, deben ser repensados en el contexto de la
velocidad con la que cambia la información. De tal modo que palabras como
banal, intrascendente, superficial, fatuo; deben ser leídas en otro contexto
pues, lo que antes era causa de rechazo, ahora son factores condicionantes para
la aceptación en determinados grupos etarios que gozan de la uniformidad en el
gesto y en la prosémica.
Al
intentar algunas conclusiones, pudiéramos decir que el selfie es una manifestación modal de la cultura digital. En ella,
las redes sociales responden a nuevas formas de interrelación personal, basadas
en valores notablemente distintos a los que estábamos acostumbrados. De tal
modo que la privacidad cotidiana se expone libremente hasta convertirse en la
carta de aceptación dentro del entorno. Esta manera de ver el espacio de
convivencia, en el cual el autor incorpora al receptor en la construcción de su
identidad virtual, se caracteriza por utilizar como estandarte una visión
positiva de la existencia del autor. Una identidad que es creada a través de
cualquier dispositivo de captura que ofrezca la posibilidad de manipulación e
inmediatez suficiente para la conexión a las redes.
En
este contexto y pensando en el futuro, es posible que en un espacio tan
reducido del visor, la monotonía sea aplastada de manera constante, promoviendo
la creación de imágenes que compitan por su atrevimiento personal en referencia
a los límites morales de los distintos grupos de amigos virtuales. Tal
característica terminará obligando al selfie
a una evolución hacia lo estéticamente intencionado y su trascendencia sobre la
infinita superficie de las imágenes anodinas. La autofoto es una tendencia que
va a depurarse, pero no desaparecerá porque el amor por el yo no sucumbe. Al
contrario, alimenta la necesidad de compartir “mi propiedad corporal”, porque
sólo al espejo puedo contemplar esa parte de mí que no puedo auto poseer.
Visto de esta forma, la comprensión de este
fenómeno amerita una apertura importante en nuestros sistemas de análisis, ya
que no es objetivamente posible desde la óptica tradicional, cuya visión de
espacio y tiempo real en nada coinciden con la ubicuidad que permite el
internet. Tal vez, la visión monoscópica de quienes, al parecer, ven el selfie como una manera de huir del mundo
físico, les hace generalizar, a partir de un número infinitamente pequeño de
casos en relación a la cantidad de usuarios de las redes.
Un
futuro un tanto movedizo e incierto nos permite poner en lista para la
discusión desde el campo de la semiótica el “eso ha sido”, el noema barthesiano
que, en cierto modo, aleja la fotografía del arte reafirmando el criterio de la
analogía con la realidad que como sabemos, se desvanece paulatinamente dejando
a la autofoto como una de sus últimos testigos. Esto nos hace ver que estamos
frente a un paulatino, pero inminente desplazamiento hacia el “eso fue actuado”
planteado por Soulages. Quien hace énfasis en las distintas decisiones con las
que el fotógrafo interviene la visión inicial y la transforma en una imagen
inacabable, lo que explica al autorretrato y la capacidad que como arte tiene este
tipo de fotografía.
En
un futuro no muy lejano, el cambio en el paradigma de las intenciones
fotográficas, así como la aceptación en torno a lo anodino como objeto de
veneración, terminará la discusión entre qué es o no fotografía, para enfocarse
en la carga expresiva a través de la cual aceptemos que este intercambio de
reflejos, es sólo una hermosa mentira que se desvanece en el encuentro físico
con el otro.