Es
necesario que alguien asuma la
responsabilidad de ir a la guerra para mostrar a los demás —a los que se quedan
en casa— la naturaleza y el alcance de los peores instintos de la Humanidad.
James
Nachtwey
Lo que llega a mis manos es un
cuerpo oscuro con letras que apenas pueden ser vistas. Una mirada rápida, abre
ante mis ojos el horror de Somalia, Sudan, Rwanda, Zaire como un infierno en el que los ayes y los
huesos salientes apenas se cubren de piel teñida de dolor y muerte. Después del llanto y el sobresalto de este primer
encuentro, Bosnia, Chechenia o Kosovo inundan mis ojos y se convierten en un
nido de palas mecánicas que empujan, elevan y desechan cuerpos humanos como si de
nieve en la calle se tratara.
INFERNO no es solo un libro; es
un boquete para asomarse a la deshonra de la especie humana, uno que marca la
diferencia con el otro inferno: el de Dante, porque el de la divina comedia surgía
de la imaginación convertida en palabra; el de Nachtwey, es un registro en el que
tenemos la certeza de que cada ser vivo o muerto, cada mirada que implora, cada
disparo, grieta, escombro; estuvo ante la cámara para afianzar el carácter indéxico
de la imagen fotográfica.
Este libro no es para corazones blandos, tampoco para fanáticos
de leyes divinas pues, allí se puede dudar de cualquier “dios” así como de
cualquier excusa. Es un libro donde la esperanza parece estar oculta tras la
contratapa negada a prestar su mirada en la lectura; pero también es un libro
que nos ubica en lo que somos como especie y nos hace mirar nuestra sociedad
quejosa como un inmenso sinsentido: un falso cielo en el que se nos enseña
desde los primeros pasos que ser alguien, tener algo y mostrar las etiquetas
del mercado, nos convierten en ángeles que ocultan una existencia efímera haciéndonos
voltear la mirada para no presenciar la realidad de las otras tres cuartas
partes del mundo.
James Nachtwey reitera su mensaje
visual de tal forma que, en algún momento, anula la respuesta del lector; de
pronto sabes que en la próxima página encontrarás otro cuerpo famélico que aún
se mueve por inercia. Aun así, esa repetición hace que cada fotografia se
convierta en el cincel que horada el alma
de aquellos que se creen duros y capaces de enfrentar el horror con una cámara
encima con la misma actitud con la que enfrentan un viaje a Venecia.
Con este libro que describo, la paradoja
también llega de visita. Se acuesta con pose de maja vestida de alhajas en las mismas
redes en las que INFERNO muta; por ello,
esta publicación ha pasado de ser un corpus para la reflexión en torno a los contrastes
creados desde las abismales diferencias entre la opulencia de una parte del
mundo y el hambre o la muerte de otra. Todo esto para convertirse al final en objeto del mercadeo que sirve de columna a esta realidad dolorosa de la guerra. un mercado en el que un ejemplar firmado por el autor, se subasta en grandes sumas y así, alguien
más puede presumir su posesión en su sala de estar; tal vez la misma sala de
quien vende las armas, los diamantes y los sueños de los sobrevivientes de este
holocausto.
P.D.: Quiero agradecer a Jesús
Ochoa (de quien en cada ocasión aprendo otros ángulos de la fotografia documental) por colocarlo en mis manos y permitirme la
calma para repasar sus páginas.
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