“La
misión de los artistas es recordar aquello que no recuerda nadie” Mircea Cărtărescu (*)
I
La violencia es un
hecho extraordinario, no común, un hecho fuera de lugar, algo fenomenal que altera
la cotidianidad; por supuesto, hablo de la violencia en sociedades en las que
los ciudadanos exigen, proponen, aprueban y acatan leyes; es decir, en un Estado de Derecho; al
fallar este, la lucha parece no tener sentido y
terminamos siendo parte de una cotidianidad que coloca el horror y la tragedia en la
carpeta de lo intrascendente, una carpeta en la que la memoria sepulta lo que ya no le asombra.
Esa es la fosa del olvido a la que como sociedad nos enfrentamos en una batalla
desigual, una que endurece la piel ante el dolor propio y ajeno.
En esta propuesta, la
rasgadura puede ser ventana que nos muestra los límites de la mirada, pero también puede ser espejo de lo que somos o seremos si por confianza
o cansancio bajamos la guardia. Esta rasgadura oculta lo que debe ser
imaginado, oculta los rostros que podemos cambiar mentalmente a nuestro antojo:
ella es María, ahora Beatriz, Yolanda o Carmen, todas están más allá del campo
de la imagen. Esta escotilla rota es el
fragmento, el detalle, la cuota parte de
un todo que perturba.
Por un momento me
importa alguien ignoto. No sé quién está
tras el disparo ni quién recibe el proyectil que mancha de lágrimas el alma. ¿Ignacio?
¿Jorge? La imagen se desplaza del campo
de representación hacia una seguidilla de imágenes mentales que más que
respuestas generan una inmensa duda: la de no identificar, la de no poder dejar
un rostro de los tantos vistos. Cada obra me acerca a las caras que habitan mi memoria;
entonces duele, siempre duele porque la violencia es dura hasta en lo más oculto
de esa duda que nos hace contener el
nombre.
II
Un cristal perforado
nos remite a la violencia y a la muerte con un nombre invisible grabado en cada
esquirla. El cristal hueco parece estar preñado de huellas y expedientes sin un
destino justo. Esa es la forma en que Juan Toro como autor, unido a Johanna Pérez Daza y Ricardo Jiménez como
curadores, nos recrea nuestros miedos en una sala tan fría como esta justicia
yerta, inmóvil, descompuesta y aun con el ¡Ay! atragantado desde su ajusticiamiento sumarial.
Así, es esta muestra
o, mejor dicho, este ocultamiento que nos presenta la galería tresy3 en una propuesta en la que Juan
Toro da una respuesta llena de connotaciones a una realidad que de tan cercana
ya no llora en los ojos sino en los recuerdos. En “…” cada obra es un
contenedor, un vestuario con final no biodegradable, una cortina negra de
poliuretano que niega la mirada del todo
llevándola al fragmento. Ese pedazo de algo o de alguien que necesito completar
desde las propias vivencias.
Estas son imágenes para un encuentro reflexivo con el resto del
pedazo. Entonces, la duda está ahora y más aun, estará mañana y siempre
porque, mucho después de nuestras respuestas, eso no visto, eso oculto volverá
con otra interrogante. Tal vez alguien lo entienda como un riesgo estético, yo
lo veo como un riesgo políticamente necesario ante tanta imagen que vive de la
sangre en el olvido del día siguiente, tanta obra producida en masa como suvenir
de días santos y ferias de buhonería. Lo veo como una respuesta ante las miles
de imágenes forzadas de tricolores en llanto que exprimen el mal gusto desde
una vacuidad insoportable.
Esta nueva
experiencia de Juan Toro requiere una visita silenciosa, desvestida de
prejuicios una visita que nos conecte con nuestros miedos, esos que nos asaltan
desde la negrura del poliuretano que viste
a diario a cientos de hijos de esta tierra que consideramos patria.
P.S. Las respuestas ante estas
propuestas, algunas veces se desbordan y reflejan el comportamiento que resume
el desahogo social a través de la imitación de un modelo de asalto, profanación
o expropiación que se repite a lo largo y ancho de la geografía nacional. La
explicación podría darse, en este caso, desde la existencia de un mirador que necesita de la visión directa, un
mirador que no logra recomponer lo connotado y recurre a la búsqueda de la
totalidad para satisfacer su interrogante o tal vez, responda al morbo de lo explícito y,
de ese modo, explaya lo inicialmente
silenciado.
No está demás decir
que, aun cuando este acto de intervención produce algunos giros a las
intenciones primarias del artista, nunca trastoca su respuesta estética, por el
contrario, despierta importantes reflexiones que marcarán en adelante su hoja
de ruta como autor.
Wilson Prada
(*)
Tomado del texto de sala de Johanna
Pérez Daza
Muy bueno felicitaciones
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