Siempre se me ha hecho difícil trabajar
categorizaciones más aún, si se refieren a personas o a su cultura. Pero en las
circunstancias actuales, atendiendo a mi vocación docente y a la formación de
comunicador, me propongo plantear algunas como ejercicio:
En una primera categoría están
ubicados los periodistas que sustentan la razón de ser de esta profesión en
Venezuela. Aquí agrupo a profesionales con profundas convicciones sociales,
ideológicas y políticas. Estos escriben y argumentan a favor del poder político
desde una marcada ideologización del estado o, por el contrario, en torno a la
inviabilidad de una nación estatizada y a un pensamiento hegemónico. En esta
primera categoría están los que sienten la
vocación, los que evitan los adjetivos vacíos, los dogmas, la retórica, los que
contribuyen a consolidar las bases de sus respectivos campos de acción.
En una segunda categoría coloco a
los que piensan de una manera, pero están obligados a escribir o a decir lo
contrario porque de eso viven.. En ellos existe un vacío de principios, una
ausencia temporal de dignidad que lentamente se convierte en una actitud
acomodaticia. Son los que dejan de ser “licenciados” para convertirse en
“silenciados”. Estos deben bajar la mirada ante amigos, familiares y colegas
pues, aunque aman su profesión el miedo
a no tener trabajo los mancilla. En ellos la solución es como un terremoto
interno. Levantar la cabeza y tomar una decisión pero cuando ese shock interno
no llega, van mutando hacia la siguiente categoría.
En una tercera me permito agrupar a
aquellos que actúan como antenas repetidoras de expresiones provenientes de
líneas editoriales obtusas y anacrónicas o de liderazgos desconectados de la
realidad. Este comunicador ya no está allí por el sustento sino por ser alguien
en la historia. Este individuo copia ademanes, entonaciones, gestos, desplantes
de líderes sordos a la voz de los millones de emisores de un mensaje que no
entienden. Tal vez en esta categoría existen deficiencias de identidad. La mimesis
es su razón de ser. Aquí están los que carecen de ideas propias y muestran un grave
problema ético. quienes la integran son los señalados por la historia como
cabezas visibles de sus bandos a través de la memoria indeleble de la cultura
digital.
En una cuarta categoría pudiera incluir a los que, en nombre de la comunicación social, generan un foco de corrupción, un “negocio rentable” y voltean su mirada hacia otro horizonte ante la emergencia de una nación que busca una luz al final del túnel. Estos tienen un terrible problema moral. En su caso no existe solución pronta, son perros de asalto al erario público. Actúan en el anonimato o de muy bajo perfil y tienen absoluta claridad en sus intenciones de diluir su ego en la riqueza mal habida.
Una quinta categoría está conformada por el periodista-imagen. En ellos el ego se levanta por encima de la verdad. Ingresó a la carrera como estrategia de comercialización de su rostrocidad. Es un generador indetenible de situaciones en las que solo él tiene una verdad que le dará sus 15 minutos de fama. Definen la audiencia como una abstracción social y miden el éxito en número de seguidores. Los sucesos son un telón de fondo para su conducta de pasarela. Para los que conforman esta categoría, la entrevista no es un género sino una oportunidad de mostrarse como invitado por lo que estudia cuidadosamente su lenguaje corporal, su vestuario, su dicción. Ellos ejercen la profesión para sí mismos. Y Juegan a ser víctimas si eso les asegura su dosis de exposición mediática para calmar si adicción.
En la sexta categoría coloco a los
disociados, aquellos sin convicciones, sin argumentos, sin ideología y cuyo
músculo es visceral. Los que conforman esta categoría presentan un vacío
espiritual que confunden con ideología. En su inmensa mayoría hacen gala de su
pobreza intelectual. En ellos el resentimiento y el odio por el adversario convertido
en enemigo sólo puede saciarse con sangre. Para los miembros de esta categoría los
muertos son “bajas” y no “ciudadanos”. Su escaso control de la ira los convierte
en casos patológicos en los que la proyección de la culpa hace que todos los
errores sean externos a él. En estos casos, por lo general, confunden
comunicación con exacerbación. Su actividad en las redes es extrema y obsesiva
no por razones de ego ni por razones económicas, sino por ser una vía de escape
a sus compulsiones.
Tomada de MKTred |
En la séptima categoría están los que revisten el mayor peligro. Los que toman la comunicación por asalto y desean colaborar con una u otra causa utilizando todo lo que llega al campo de su mirada y lo comparten, lo distribuyen y lo hipertextualizan sin tomarse el tiempo para verificar la información ni para proveerse de fuentes diversas y confiables. Este “comunicador” de manera inconsciente solo hace de mensajero de laboratorios de guerra psicológica, en los que trabajan individuos adiestrados en los estamentos militares o comunicadores que he descrito en la categoría tercera, cuarta y quinta de esta clasificación. Los que conforman esta categoría son desinformadores y generan el mayor de los daños a la sociedad, pues los productos de su incompetencia alimentan a los disociados, lucra a los corruptos y da argumentos a los repetidores de frases vacías.
Una vez más afirmo que son las
circunstancias las que permiten que emerja una clasificación desde mi
escritorio, en el que desde hace años las uso únicamente con fines didácticos y
reflexivos.
Si usted quiere jugar al
comunicador entienda que en la situación que el país atraviesa la información
juega con vidas humanas. Entonces mírese en estas siete categorías. Ubíquese en
una de ellas o descubra que tal vez pasea por varias simultáneamente. Es posible
que así se consiga con su propia realidad y pueda ayudar a encontrar su propia misión
en esta historia
Wilson Prada
Wilson Prada
“Le tengo rabia al
silencio por todo lo que perdí; que no se quede callado quien quiera vivir
feliz”
Atahualpa Yupanqui
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