I
¿Es este autorretrato un fin en sí
mismo o sólo un descanso entre la imagen y el poema?
¿Estoy ante la imagen hecha Whitman
o ante la razón de Tiro?
Esta angustia me priva del
descanso y obliga a replantear mi
insomnio.
II
Luis es uno con su imagen, uno en
su mensaje. Allí muestra su universo convulso y a la vez quieto; él transita desde
la fuerza del dolor y la agonía hasta la sublime purificación en su flora
humeante.
Cabrera se mantiene lejos de la complejidad compositiva y se refugia
en la sencillez visual para reforzar su poesía en la profundidad de lo simbólico
y en el equilibrio que se cuela entre dos líneas.
III
En su obra las horas hincan sus destellos
en la piel desnuda desde un rosario de púas en el cuello.
Un corazón atado a su silencio se
estrecha en el gemido hasta exprimirlo.
Más allá, las flores se niegan a
la muerte y buscan la luz en la palabra; ya lo había visto en los Celtas y su hombre verde que vomita hojas. Esa es la
referencia de esta obra que pasa de la piedra al pixel, de la historia al
poema.
Tal vez el formato sea la fuga
del total asombro. Ahora la imagino a escala humana en la penumbra de la sala;
sería como encontrarme ante el espejo y mirar mi propio mundo como Rimbaud desde
su barco ebrio contemplando a Bayard en su memoria.
Luis vive la resurrección vegetal
expelido en la emesis del color de las entrañas. Un acto que culmina en la limpieza del alma, el vamana de
ayahuasca.
Ese coágulo respira su ida y
vuelta como un péndulo.
Bogotá noviembre de 2016
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