Supongo que todos los que hacemos fotografía o somos receptores de ella
hemos desarrollado criterios de recepción y análisis de lo que presenciamos. Tal criterio es lo que nos permiten decidir si permanecemos o no en un
concierto en el que los instrumentos están desafinados o en una pieza teatral en
la que los actores no conocen sus parlamentos o, más aun, asistir a un recital
poético en el ruidoso pasillo principal de la estación de autobuses de la
ciudad.
Como vemos, en todos esos casos, somos receptores de un mensaje y para que dicho mensaje exprese las
interpretaciones que el autor hace de su mundo; no sólo se necesita talento, sino además, domino técnico, conocimiento de la estética y condiciones
adecuadas de recepción. Podemos imaginar como ejemplo, escuchar el himno a la
alegría interpretado por un grupo de
raperos que abordan una camioneta de pasajeros; Tal vez esa experiencia
parecería terrible, pero no así escuchar y disfrutar de “Rapsodia Bohemia”
interpretada por orquesta y coro filarmónico en una sala de conciertos bajo la batuta de un
buen director; allí el adjetivo tal vez sería “magistral.” Eso se debe a que el error quedó en los
ensayos. En el mundo del arte (estando ya la obra ante el respetador) los errores se paga muy caros por la falta de conexión con la mirada ajena. Por el contrario, cuando
el dominio del lenguaje de esa disciplina y las adecuadas formas de
presentación al público hacen comunión se da el maravilloso proceso de la fruición que le da sentido a la unión artista-obra- espectador. Sí, ya lo sabemos. Esto es un trabajo en conjunto. Sabemos también que la utilización de la técnica sin talento
genera una destreza, un producto asombroso pero poco expresivo y que, a la vez, un talento
sin técnica termina convertido en un inmenso desperdicio; entonces, podemos
afirmar que la capacidad expresiva (producto de la comprensión del lenguaje) y
el desarrollo de la técnica (producto de ejercicio de taller) aunado a las
condiciones de recepción (como garantía de las sutilezas expresivas ) son
fundamentales para hablar de arte.
El planteamiento de “todo se vale” sería un importante punto a tratar
con artistas que han pasado la vida afianzando su capacidad expresiva a través
de la práctica, el estudio, la conceptualización y la comprensión de su momento
estético. Si todo fuese valido y pudiésemos exponer nuestros errores y no las
correcciones de ellos hacemos en nuestros talleres, no existirían los críticos
de arte, ni los curadores, ni los jurados, ni los visionadores y, tal vez, los
museos tendrían sus bóvedas llenas de
selfies de las Kardashian como propuestas estéticas.
Por supuesto que dejar todo esto a la “subjetividad del arte” (lo que a
mi juicio es una discusión referida al término y sus definiciones mas no a los
procesos de materialización de la obra ni a las necesidades de recepción de la disciplina de
arte a la cual nos estemos refiriendo)
es casi lo mismo que decir “todo vale” y eso haría que todas nuestras
conversaciones post-visita de exhibiciones no tuvieran sentido.
Eliminar el criterio del receptor para decidir lo que es bueno o malo es, a veces, un escudo para descalificar sus opiniones hacia nuestra propia obra, pero sin anular nuestros juicios como receptores de la obra de otros artistas, por lo que la calificación de bueno o malo sería unidireccional; pero cambiemos los términos de bueno o malo por otros cuyo significado se le aproximan como conveniente y no conveniente, adecuado o inadecuado, aceptable o inaceptable, pertinente o no pertinentes; de modo que, tengan el valor que tengan, estas expresiones no son mas que calificaciones que expresan un criterio, un ejercicio de libre albedrío, una capacidad de discernimiento que no tiene un interruptor para apagarla o disminuirla; por el contrario, crece y evoluciona de acuerdo a la educación visual de quien emite el juicio; así que como receptor decide, asume su derecho a devolver la dirección del proceso y convertirse en emisor de su mensaje referido a la obra.
Eliminar el criterio del receptor para decidir lo que es bueno o malo es, a veces, un escudo para descalificar sus opiniones hacia nuestra propia obra, pero sin anular nuestros juicios como receptores de la obra de otros artistas, por lo que la calificación de bueno o malo sería unidireccional; pero cambiemos los términos de bueno o malo por otros cuyo significado se le aproximan como conveniente y no conveniente, adecuado o inadecuado, aceptable o inaceptable, pertinente o no pertinentes; de modo que, tengan el valor que tengan, estas expresiones no son mas que calificaciones que expresan un criterio, un ejercicio de libre albedrío, una capacidad de discernimiento que no tiene un interruptor para apagarla o disminuirla; por el contrario, crece y evoluciona de acuerdo a la educación visual de quien emite el juicio; así que como receptor decide, asume su derecho a devolver la dirección del proceso y convertirse en emisor de su mensaje referido a la obra.
En este orden de ideas, la diferencia entre nosotros y el crítico (aquí
siempre debo aclarar que me refiero a quien decidió esto como vocación y no
como una forma de estatus social) es que, en la mayoría de los casos, sólo clasificamos, categorizamos y emitimos
nuestras opiniones y comentarios en el seno de la “Comunidad del mutuo halago” a
la que pertenecemos, por lo que no aceptamos responsabilidades más allá de las paredes del
lugar de nuestras cofradías. En ellas, creemos que todo gesto de aceptación es
un acto de respeto o una norma de cohesión y, al mismo tiempo, pensamos que toda
observación a nuestro desempeño es un acto de agravio, una forma de destrucción o una afrenta.
A diferencia de las comunidades antes descritas, quien ejerce la critica desde s conoccimieto de aquello que rodea la fotografía desde su hechura hasta su recepción, se juega su relación social al exponer sus convicciones pues, el texto crítico es su idea materializada como la obra es la idea materializada del artista. Quien ejerce la crítica asume las consecuencias de sus juicios, sabe que no siempre es bien recibido y que, a veces, es odiado gracias a la confusión de roles y al comportamiento de los comentaristas No obstante, este receptor-lector se expone al intercambio de argumentos que utiliza como insumos de trabajo.
El crítico, por su naturaleza analítica, trabaja de forma permanente en su actualización respecto a las transformaciones del medio. Estamos claros en que su trabajo es la consecuencia de la obra como propuesta del artista lo que nos hace pensar que, sin el creador, el crítico se ve disminuido en su accionar, pero también hay que tomar en cuenta que son pocos los críticos y miles los artistas y receptores.
A diferencia de las comunidades antes descritas, quien ejerce la critica desde s conoccimieto de aquello que rodea la fotografía desde su hechura hasta su recepción, se juega su relación social al exponer sus convicciones pues, el texto crítico es su idea materializada como la obra es la idea materializada del artista. Quien ejerce la crítica asume las consecuencias de sus juicios, sabe que no siempre es bien recibido y que, a veces, es odiado gracias a la confusión de roles y al comportamiento de los comentaristas No obstante, este receptor-lector se expone al intercambio de argumentos que utiliza como insumos de trabajo.
El crítico, por su naturaleza analítica, trabaja de forma permanente en su actualización respecto a las transformaciones del medio. Estamos claros en que su trabajo es la consecuencia de la obra como propuesta del artista lo que nos hace pensar que, sin el creador, el crítico se ve disminuido en su accionar, pero también hay que tomar en cuenta que son pocos los críticos y miles los artistas y receptores.
En fin, debo decir que sea cuales fueren los términos utilizados para evaluar
una obra, siempre terminará siendo adjetivada en una categoría; es decir, será
buena o mala, conveniente o no conveniente, adecuada o inadecuada, aceptable o
inaceptable, pertinente o no pertinente, dependiendo del contexto en que se
muestra así como de las intenciones del
autor o las pretensiones estéticas que
se le imprimen.
Todo el arte como sistema no es arbitrario, al contrario, esta arbitrado:
hay música buena y mala, teatro bueno y malo, pintura buena y mala y por ende
fotografía buena y mala. Todos los que
actuamos como receptores-lectores
tenemos el derecho de acuerdo a nuestro criterio a utilizar nuestra capacidad
de discernir en cuanto a aceptar o no el mensaje; más aún cuando decidimos ser
parte del jurado de salones, concursos o premios. Por ello, cuando aceptamos
participar como visionadores o revisores de la obra del otro asumimos que
estamos dispuestos a decidir sobre las virtudes y deficiencias, sobre los
aciertos o no, la pertinencia o no de las propuestas siempre alejados de esas "comunidades del mutuo halago"
Sólo debemos pensar en nuestra percepción y disfrute para luego pasar a nuestros criterios en cuanto,
comprensión del medio y de la técnica, nuestras ideas de relación con la
estética contemporánea. Debemos basarnos en nuestra capacidad de lectura de la obra visual
y el análisis del contexto del autor. Si no
estamos dispuestos a asumir la responsabilidad de esa formación, dejemos que el
crítico, el curador, el galerista, el investigador se expresen pues, esa es su
función, su actividad, su objetivo profesional.
En fin, decir que una obra es buena o mala sin expresar los argumentos
para ello, se convierte en un comentario de cafetín mientras que, hacerlo desde la
exposición de la experiencia sensorial, el goce estético, el análisis de la
obra en el marco contextual, los argumentos y los juicios, es una forma de
reflexionar, crear, comunicar y sobre todo, de
educar.
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