EN
TORNO A LA XVI BIENAL DE FOTOGRAFIA 2016 DEL CENTRO DE LA IMAGEN EN MEXICO
Wilson
Prada
Sofia Ayarzagoitia "every night temo ser la dinner" 1er premio |
Siempre que hablo de la comunidad
fotográfica, la divido por razones didácticas en tres segmentos que obviamente
no son estancos ni impermeables en su interrelación; sin embargo, se
diferencian en sus fundamentos e intenciones. El primer segmento es el de los fotografiantes, los que continúan su ritual de contener el tiempo día tras día por razones de
encaje social sin intenciones de modificar los caminos de la estética. Este segmento, utiliza el dispositivo de captura como
una herramienta para el registro de su
memoria. El segundo, es el de los fotógrafos, este
es el de la resistencia, un inmenso grupo intermedio al que, sin ánimo de
utilizar el término de manera peyorativa, me gusta llamar “los emenistas”; en estos, el análisis está sustentado en la relación fotométricamente
perfecta desde el modo M como única manera de validar sus destrezas. Este
importante segmento, por lo general, ejerce su derecho a establecer patrones de ingreso y debate en torno al control de sus extensiones mecánicas y el
fortalecimiento de las columnas que sostienen el medio reglamentando lo
compositivo, lo morfológico y la pirámide de iconos de la historia de la
fotografia. Son ellos los que en gran parte sostienen la industria fotográfica
y por alguna razón, ese poder y esa
certeza de dominio tecnológico, los
convierte en provocadores de discusiones en las que lo cuantitativo
conforma las vigas de sus argumentos.
Un tercer segmento es el de quienes, desde su convicción del agotamiento de las fronteras entre géneros
y disciplinas de las artes, aportan nuevas lecturas visuales, a veces tan
arriesgadas que, para los segmentos anteriores,
parecen provenir de individuos desprovistos de capacidades o talentos
artísticos. En este segmento, ubico a los que utilizan la fotografia desde el
campo del arte, se compenetran con sus espacios de creación y en las lecturas
del mundo que se afianzan en una interpretación
de temas de amplia significación como la violencia, el destierro o la
identidad; pero, también desde el erotismo, la religión, la comunicación; temáticas
estas que son abordadas con claras
intenciones de movilizar las formas en las que pueden ser interpretadas desde
la recepción y la estética.
II
Normalmente voy a las salas de arte
o ingreso a portales de arte para ver
arte; de tal modo que asumo que aquello que está en ese espacio debería tener
ese estatus dada la cantidad de decisiones que los autores, partiendo de la
fotografia, tomaron para redefinirlas y reinterpretarlas cada vez con
intenciones esteticas más claras a través del largo proceso de lo
que Soulages denomina “la fotograficidad;” más aun, cuando los curadores de la Garza y Domínguez afirman
en el texto del catálogo “hemos trabajado en estrecha colaboración con los artistas participantes,
tanto en las decisiones sobre los formatos de salida y selección de componentes
de los proyectos, así como en su presentación en las salas”
Lo antes expuesto nos lleva a
pensar que esta selección de 49 propuestas provenientes de un envío de 867
trabajos pretende, desde lo curatorial, atacar en las grietas que sostienen los
ya débiles estereotipos de la mexicanidad fotográfica, dando paso así a una especie
de anti-fotografía que nos obligue a verla como imagen transdiciplinaria más
allá de la estetización de la violencia,
los valores compositivos, etc. ya tratados en la Introducción que Ítala Schmelz hace
a la bienal en la que afirma: No
hay en ella estereotipos sino un caleidoscopio que deja ver a todas luces la
crisis del sistema económico y político actual, así como las estructuras del conocimiento
y poder que el siglo XX tuvo aún por garantes… Ahora nos encontramos con un
arte que busca operar fuera de los registros de la sublimación, sin
metadiscursos, ni virtuosismos técnicos ni estéticos, hablar del presente y del
país, sin hacer nacionalismo. Denunciar la injusticia y la miseria sin
estetizarla. Fotografiar a México no como construcción de identidad sino como
pensamiento crítico”
Diferenciar entre la opinión de un
articulista y el aporte argumentativo del crítico, es una tarea pendiente en el
mundo hipersensible de la fotografía que, a diferencia de otras disciplinas del
arte tiene poca exposición al texto crítico, pero demasiado intercambio de
opiniones en voces que se aferran a paradigmas ya en desuso. Partiendo de esta
afirmación, me temo que la Bienal de la ruptura como la llama Marcel Del
Castillo, está hecha para llevarnos a una discusión profunda sobre nuevas
aperturas a la recepción, esta Bienal al parecer, no esta para los comentaros que se alimentan de afirmaciones lesperianas cuyos argumentos aún
no encuentran un vestuario digno. La XVII Bienal está ante la mirada ajena para
una crítica con una dinámica de pensamiento que lejos de ser acomodaticia o
amarga, sea problematizante. Esta dinámica de pensamiento, debe escudriñar en
lo extraño, diseccionar lo que el receptor
visualmente no entiende ni comparte; allí, radica el aprendizaje de
aquello que se opone a una forma de construir una “identidad de usuario” en detrimento de la
identidad de emiceptor; por ello, creo
que lejos de atacar lo que vemos, debemos analizar la relación de ello con lo que subyace en la decisión curatorial: lo
invisible, lo intangible; pues, eso que subyace en la XVII Bienal está dirigido a un espectador-lector que deja de pensar en la
fotografia como técnica o captura para pensar en la comunicación desde la
imagen como un medio hermosamente mutante; por eso me uno a Juan Molina Cuesta
en su artículo sobre la XVII Bienal (1) cuando expresa: “El
discurso -entendido como lo no-dicho- nos revelaría una narrativa de la
inconformidad colectiva ante la grieta que se ha abierto…entre las
representaciones de la realidad y la experiencia de la realidad. Es decir, una
inconformidad ante la mentira. Ya no tiene caso pensar la fotografía como
verdad, sino como respuesta a las mentiras del poder. Con esto, la obra de arte
se presenta, más que como una crítica de la realidad, como una realidad
crítica. Vale la pena preguntarse entonces, ¿eso “no dicho” en este
trabajo curatorial cáustico y agitador tiene
suficiente alcance en la comunidad fotográfica? Tal vez este es el problema
central que tanto ruido hace en los festivales, encuentros, seminarios y
congresos. Eso es lo que nos hace pensar que muchos de estos eventos están estructurados
para el intercambio de reflexiones entre académicos y no para el consenso
semántico con un público que busca con ansias la manera de comprender lo que le
ocurre a su entorno de representaciones; un publico que intenta sobrevivir en estas mareas tecnológicas. Como sabemos, un
buen número de quiénes asisten a los eventos de fotografia provienen de aulas con ese vacío, lo que les hace
ver estos problemas con los mismos ojos con los que el articulista de “El
universal” observa la Bienal. Este tipo de salones requiere de un espectador
con una gran capacidad de lectura, un receptor de mente amplia con cierta
formación en el análisis de la obra visual; lamentablemente, este requerimiento
se hace en el momento en que el lenguaje visual se reinventa ante una profunda
herida en las formas de recepción; una herida en las que el texto visual (especialmente el
fotográfico) sacrifica la densidad de su discurso para apoyarse en el texto
escrito; Luego, la lectura individual que caracterizó a la mirada ajena en la
modernidad, culmina en la lectura guiada, adosada, autoadherible de la cédula o a la historia virtual que acompaña a la fotografía en la posmodernidad.
Las citas que nos trae Marcel del
Castillo como ejes, abren un compás para un inicio con respecto a las lecturas
de La XVII Bienal. En cuanto a esas
citas, debo decir que, a diferencia de Hou Hanru cuando expresa “partimos del punto de que la fotografia, así como los demás medios del
arte –la pintura, la escultura o el video incluso- requieren una redefinición
de sus fronteras. Y principalmente, queremos enfatizar que la intensión, el
resultado de todo esto, es que la expresión vaya más allá del medio cualquiera
que este sea”, no soy partidario de la necesidad de una redefinición de las fronteras específicamente en el marco de la fotografia.
Pienso que tal redefinición debe ser una
consecuencia de la decantación de estos reacomodos estéticos que bien podemos
observar en la Bienal que nos ocupa. La fotografia, más que otras manifestaciones del arte, aún está lejos de culminar su
violenta actividad sísmica y su producción de fusiones en el marco de su
desmaterialización. Redefinir las fronteras en este momento histórico; a mi
juicio, nos llevaría a hacer una extensa lista de lecturas categoriales que se
desvanecerían con la misma rapidez con las que se crean.
En otro orden de ideas, sí me parece
pertinente la premisa en la que José Antonio Navarrete nos da una especie de
rayado en la vía para dirigirnos hacia la discusión necesaria sobre la
aceptación de nuevos paradigmas en torno a la representación, aun cuando creo que ya no desde el sentido de verdad o de realidad que parece un tema que ya está
bien posicionado en las mesas de discusión, sino más bien, como dice de la Garza,
desde el desbordamiento de su bidimensionalidad, Yo agregaría además, desde el
desbordamiento (que no desde la negación) de sus ataduras tecnológicas, lo cual
dejaría a vista del retrovisor a la comunidad emenista, esa que continuará durante varios años
más, su ruta por el hombrillo de una autopista
que, según los argumentos aportados por Gubern, Brea o Soulages, se
dirige desde la fotografía hacia la imagen pura. Negar este destino no es un acto de locura pero
se necesitan importantes argumentos para corroer sus bases; sin embargo, en
muchos casos, la situación del camino que sigue la fotografia, es analizada con
criterios que, en su mayoría ya están en desuso en el campo de la realidad
imperante lo que hace ver que algo está roto
en el nivel que sostiene la coherencia del viaje.
Siempre he insistido en que esta
realidad amerita un quiebre profundo pero consciente en el espectador quién, necesariamente, debe iniciar una nueva estrategia de entendimiento; por ello, no
participo del juego de quienes encuentran en la calzada la fórmula para
atraer la atención de quienes aún confunden lugares comunes con aportes. Decir
que algo ha muerto siempre llama la atención del transeúnte pues, la vida pasa desapercibida en su cotidianidad,
lo difícil es mantener la atención del
caminante. Creo que el atavismo de la
sed de sangre está latente en nuestras comunidades artísticas en las que aquel
que grite ¡Fuego! más alto es el bizarro personaje que llena las pantallas de
los ordenadores asegurándose, por pocos minutos, un lugar en una historia de
patas muy cortas. Ciertamente, todas las creaciones humanas necesitan
resistencias pero ellas sólo se hacen posibles hablando el mismo lenguaje de los que le dieron
origen. Creo que el poder en general, utiliza para su supervivencia los más
avanzados recursos tecnológicos y comunicacionales afectando con ellos el
entorno de las de los gobernados generando los cambios que consideran
convenientes para su ejercicio. En este transitar, los gobernados desgastan sus
energías en contradecir estos cambios con recursos tecnológicos y
comunicacionales obsoletos llevando asi a análisis y conclusiones extemporáneas. Tal
vez, la aparición de estos discursos
apocalípticos no hace más que fortalecer ese dominio y convertir la fatalidad
tecnológica en el arma mejor utilizada por el poder. A mi parecer, desviamos un tiempo valioso dirigiendo todos nuestros recursos hacia la
muerte del medio mientras los operadores nos mantienen entretenidos en el
trabajo creativo de los programadores que nunca descansan para que podamos darle la razón a Villen Fluser.
Finalmente, el asunto mediático en su naturaleza compleja, efímera y cambiante, desafortunadamente no permite mantener la atención sobre estos hechos el tiempo
suficiente para comprenderlo con la profundidad
necesaria que este tipo de
salones amerita; por el contrario, hace
explotar en insultos a los comentaristas “cazadores de likes”. que, a cambio de
posicionamiento virtual intentan
desviarnos del foco que debemos mantener
en el por qué y el para qué de la XVII
Bienal de fotografia que el Centro de la Imagen nos presenta en la búsqueda de
una ruptura.
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