domingo, 16 de septiembre de 2018

Juan Toro: la fuerza de un ocultamiento en la Galería Tresy3


La misión de los artistas es recordar aquello que no recuerda nadie Mircea Cărtărescu (*)
I
La violencia es un hecho extraordinario, no común, un hecho fuera de lugar, algo fenomenal que altera la cotidianidad; por supuesto, hablo de la violencia en sociedades en las que los ciudadanos exigen, proponen, aprueban y acatan  leyes; es decir, en un Estado de Derecho; al fallar este, la lucha parece no tener sentido y  terminamos siendo parte de una cotidianidad  que coloca el horror y la tragedia en la carpeta de lo intrascendente, una carpeta en la que  la memoria sepulta lo que ya no le asombra. Esa es la fosa del olvido a la que como sociedad nos enfrentamos en una batalla desigual, una que endurece la piel ante el dolor propio y ajeno.





En esta propuesta, la rasgadura puede ser ventana que nos muestra los límites de la  mirada,  pero también puede ser  espejo de lo que somos o seremos si por confianza o cansancio bajamos la guardia. Esta rasgadura oculta lo que debe ser imaginado, oculta los rostros que podemos cambiar mentalmente a nuestro antojo: ella es María, ahora Beatriz, Yolanda o Carmen, todas están más allá del campo de la imagen. Esta escotilla rota es  el fragmento,  el detalle, la cuota parte de un todo que perturba.

Por un momento me importa alguien ignoto.  No sé quién está tras el disparo ni quién recibe el proyectil que mancha de lágrimas el alma. ¿Ignacio? ¿Jorge? La imagen se desplaza del  campo de representación hacia una seguidilla de imágenes mentales que más que respuestas generan una inmensa duda: la de no identificar, la de no poder dejar un rostro de los tantos vistos. Cada obra me acerca a las caras que habitan mi memoria; entonces duele, siempre duele porque la violencia es dura hasta en lo más oculto de esa duda que nos hace contener  el nombre.

II
Un cristal perforado nos remite a la violencia y a la muerte con un nombre invisible grabado en cada esquirla. El cristal hueco parece estar preñado de huellas y expedientes sin un destino justo. Esa es la forma en que Juan Toro como autor, unido a  Johanna Pérez Daza y Ricardo Jiménez como curadores, nos recrea nuestros miedos en una sala tan fría como esta justicia yerta, inmóvil, descompuesta y aun con el ¡Ay! atragantado  desde su ajusticiamiento sumarial.


Así, es esta muestra o, mejor dicho, este ocultamiento que nos presenta la galería tresy3 en una propuesta en la que Juan Toro da una respuesta llena de connotaciones a una realidad que de tan cercana ya no llora en los ojos sino en los recuerdos. En “…” cada obra es un contenedor, un vestuario con final no biodegradable, una cortina negra de poliuretano que niega la mirada  del todo llevándola al fragmento. Ese pedazo de algo o de alguien que necesito completar desde las propias vivencias.

Estas son imágenes para  un encuentro reflexivo con el resto del pedazo. Entonces, la duda está ahora y más aun, estará mañana y siempre porque, mucho después de nuestras respuestas, eso no visto, eso oculto volverá con otra interrogante. Tal vez alguien lo entienda como un riesgo estético, yo lo veo como un riesgo políticamente necesario ante tanta imagen que vive de la sangre en el olvido del día siguiente, tanta obra producida en masa como suvenir de días santos y ferias de buhonería. Lo veo como una respuesta ante las miles de imágenes forzadas de tricolores en llanto que exprimen el mal gusto desde una vacuidad insoportable.


Esta nueva experiencia de Juan Toro requiere una visita silenciosa, desvestida de prejuicios una visita que nos conecte con nuestros miedos, esos que nos asaltan desde la negrura del poliuretano que  viste a diario a cientos de hijos de esta tierra que consideramos patria.  

P.S. Las respuestas ante estas propuestas, algunas veces se desbordan y reflejan el comportamiento que resume el desahogo social a través de la imitación de un modelo de asalto, profanación o expropiación que se repite a lo largo y ancho de la geografía nacional. La explicación podría darse, en este caso, desde la existencia de un  mirador que necesita de la visión directa, un mirador que no logra recomponer lo connotado y recurre a la búsqueda de la totalidad para satisfacer su interrogante o tal vez,  responda al morbo de lo explícito y, de ese modo, explaya  lo inicialmente silenciado.


No está demás decir que, aun cuando este acto de intervención produce algunos giros a las intenciones primarias del artista, nunca trastoca su respuesta estética, por el contrario, despierta importantes reflexiones que marcarán en adelante su hoja de ruta como autor.
 Wilson Prada

(*) Tomado del texto de sala de  Johanna Pérez Daza