domingo, 24 de mayo de 2020

APROXIMACIONES A LA LECTURA DEL SELFIE

Aproximaciones a la lectura del selfie

WILSON PRADA

“Lo que el mito [de Narciso] pone en relieve es que el hombre queda inmediatamente fascinado por cualquier prolongación de sí mismo en cualquier material distinto de su propio ser”

Marshall Mcluhan

El selfie parece responder a la desarticulación que caracteriza a la cultura digital en lo que respecta a la imagen. Su ejecución deja de lado la formalidad y la intencionalidad que caracterizó al autorretrato en la cultura analógica. Por ello, la comprensión de este fenómeno no es posible desde la óptica tradicional (metódica y coherente) propia del piso estructurado del siglo XX. Tal visión, muy común en la mayoría de los escritos dedicados a la fotografía, nos lleva en el marco de esta era digital a una reacción de rechazo, adjetivando esa modalidad fotográfica como banal e intrascendente porque parece estar basada en la desconexión de los lazos afectivos sin aceptar que, en lo que nos atrevemos a llamar la generación espejo, la relación de afecto ha cambiado de la caricia física a la caricia virtual. Tomando en cuenta esta premisa, tratar la dicotomía autorretrato-selfie amerita un análisis a la luz de las distintas formas de interrelación social. La arena movediza de esta etapa de la cultura, requiere un pensamiento flexible, abierto, capaz de aceptar nuevas dudas en torno a nuevos paradigmas.
En base a lo antes expuesto, consideramos conveniente desglosar el selfie desde distintos puntos de vista que van, desde lo meramente fotográfico, hasta lo semiótico.
En principio, observamos algunas características de importancia para reconocer su existencia: la primera (y en ella difiere del autorretrato) es que el selfie adopta la felicidad de la existencia del autor o la aceptación de la felicidad del otro. Esta característica es tal vez, la menos tratada en las discusiones pero, parece una constante en el mayor número de las imágenes de este tipo vistas en la red. En segundo término, el o la selfie (su uso es indistinto) es un acto de autosuficiencia fotográfica ya que existe un desprendimiento de la dependencia del otro para su ejecución o registro. El autor, como en el autorretrato, es dueño y responsable de sus actos. Por otra parte, podemos tratar una tercera característica y es que, a diferencia del autorretrato, el autor conoce en gran medida su entorno de consumo y los puntos débiles de sus receptores así que juega libremente con su difusión y con la relación identidad-contexto.

En el marco de lo fotográfico

Desde lo fotográfico podemos decir que el autor es cualquier persona que utiliza un dispositivo de captura con acceso a la red. En una escala de capacidades fotográficas se está en niveles primarios de respuesta ubicándose tal vez en el “Yo puedo” (Voglar, 2005) es decir, el autor domina al menos las configuraciones necesarias para realizar la toma, a diferencia del autorretrato en el que la intencionalidad ubica al fotógrafo en niveles superiores en cuanto a su capacidad de respuesta, pasando del “yo puedo” al “yo opino” e inclusive al “yo argumento” independientemente del dispositivo de captura utilizado. Otra característica interesante nos deja ver que en el selfie el autor-protagonista está en el primer plano. Su relación de distancia con la óptica es la del brazo extendido o la que determine la visión del cuerpo ante el espejo hasta cubrir, cuando mucho, un plano de cuerpo entero (apoyado en este caso con un extensor o bastón diseñado como soporte del dispositivo). La composición es poco flexible. Este interesante punto también lo diferencia del autorretrato que, por su carga de derivaciones históricas, permite grandes libertades en el ejercicio compositivo.
En este orden de ideas, podemos plantear que la autofoto es tomada a través de cualquier dispositivo de captura de imágenes que ofrezca la posibilidad de manipulación e inmediatez suficiente para la conexión a las redes: cámaras compactas con conexión wifi, teléfonos móviles, entre otros, lo cual evoluciona hacia el uso de dispositivos de vuelo controlado (Dronie). El dispositivo de captura, lejos de representar un escollo técnico, facilita la construcción colectiva de la identidad que cada quien desea de sí mismo, alimentando así el archivo autobiográfico. Por el contrario, en el autorretrato, aunque la imagen también puede obtenerse a través de cualquier dispositivo de captura, la inmediatez y su conexión a la red no son un requisito, pues la identidad es construida en solitario. Es un acto individual y es presentado como una representación densa y genuina del autor a un espectador poco interactivo.
Por supuesto que en este contexto vale la pena hacer una lectura más acuciosa, y detenerse en esta visión por la pantalla-espejo del dispositivo que permite construir una interesante hibridación en las máscaras identitarias creadas para la ocasión. En la autofoto se explora, de manera poco intencionada, el ángulo y la pose en función de la construcción de un nuevo cuerpo que se adelgaza y reconstruye ante la curvatura del lente. El busto crece. La masa física se deforma en la toma en picado por efecto de la aberración óptica. Lo provocativo, lo sensual, lo vanidoso se amalgaman en un yo que promueve su perfil en las redes. Esto convierte al productor de esas imágenes en un vendedor de nuevos cuerpos que goza del preciado don de la ubicuidad. Alguien capaz de estar en el fluido virtual desde cualquier lugar y aceptar un “me gusta” como moneda de curso afianzando una especie de simbiosis entre él como autor del selfie convertido en alimento visual y quien actúa como consumidor desde la mirada ajena: ese “Otro” que en el sentido lacaniano se pudiera entender como formador de identidad.
Tal como podemos constatar a diario, en la cultura digital, ese trueque entre las partes se da a través de un intercambio de caricias textuales reforzadas por caricias graficas a través de iconos (emoticones) cargados de expresividad. El autorretrato, por el contrario, hace poco énfasis en lo físico del fotógrafo. La validación externa no es su fin último. Más bien, hace énfasis en lo reflexivo, en la interioridad.

Acercamiento a una clasificación y otras consideraciones teóricas

En cuanto al discurso, el selfie, a nuestro parecer, enfatiza al menos tres maneras de mostrar el sujeto y su relación con el entorno. Una de ellas es el “Yo estoy aquí” (Braggie) dejando buena parte del encuadre destinado a mostrar el espacio físico en el que se encuentra el autor. Por lo general, el espacio mostrado se presenta inalcanzable para la mayoría de quienes componen el grupo de sus seguidores en la red. Esta conducta, ya tratada ampliamente por Sontag en su ensayo Sobre la fotografía (1973), se revitaliza en su condición testimonial.
Un caso distinto es la presencia del otro como factor desencadenante del acto fotográfico. El “Yo estoy acompañado de” no sólo exacerba casi de forma inconsciente el impulso de la toma, sino que, en esta modalidad, la complicidad valida y justifica la acción, pues ambos pretenden activar con fuerza los contadores de visitas, de aprobación y de comentarios uniendo sus perfiles. Esta modalidad va desplazándose hacia el selfie grupal (Usies) y dicho desplazamiento, parece estar estrechamente relacionado con su valor de cambio en la economía de las redes.
En las modalidades antes planteadas (tanto el selfie que muestra el espacio, como el que hace énfasis en lo grupal) el valor es testimonial. La idea es registrar con la mayor fidelidad posible el entorno del autor. Desde el campo de la semiótica, el autor de estas fotografías no pretende la reinterpretación del contexto con fines estéticos, mucho menos pretende desdibujar la huella de lo fotografiado y su indivisible unión al referente hasta hace unos años tomado como realidad. Por el contrario, hace énfasis en esa supuesta realidad, echando mano del valor de índice de lo existente que Dubois (1995) había dado a la imagen fotográfica por ser, según su punto de vista, el indicador de la existencia de lo fotografiado. Para el autor del selfie, aun desconociendo esa naturaleza indéxica de la que hablamos, ese apego a la existencia de lo que ve en su imagen, justifica sus fines. La posibilidad de impedir la duda lo convierte en un personaje con la habilidad de estar permanentemente en la movida social así como consolidar su reputación de usuario. Esto dista mucho del autorretrato en el que el autor-sujeto hace esfuerzos por desplazarse hacia la interpretación de lo fotografiado otorgándole, como en todas las artes visuales, un alto porcentaje de duda en cuanto a su anclaje con la realidad. Ese nivel de intencionalidad lo acerca más a la propuesta de Soulages (2005). Es decir, a ir más allá del acto fotográfico y adentrarse en la fotograficidad como un conjunto de decisiones sobre el archivo, a fin de lograr la singularidad de la obra.
Por otra parte, en un tercer tipo de autofoto, la imagen es construida con más cuidado en el espejo, por lo que se encuadra y edita con un poco más de intención antes de la toma que, por lo general, se realiza con el dispositivo ubicado perpendicular al reflejo. En esta oportunidad tratamos los selfies donde el autor lo es todo (Belfie, Welfie, Selfie). En estas imágenes hay una negación del plano general. El fotografiante parece disfrutar seccionando su cuerpo y construyendo su colcha de retazos identitaria como un cirujano experto. La imitación de artistas reconocidos se hace recurrente. La belleza no es el pase de entrada como sí lo es la actividad de enlace y la atención a la difusión o a la controversia en la red. En estos casos, la caricia virtual alimenta la vanidad de parecer y poseer. Por este tipo de fotografía, algunos autores hablan del selfie como generador de una estética masificada que parece desvanecer las fronteras entre la imagen pública y la imagen privada. A nuestro parecer, la extimidad como meta del autor del selfie se convierte en la carta de aceptación, en una nueva manera de ver el espacio de convivencia. La oportunidad de engranar en la estructura de intercambio por un cortísimo tiempo, vale el esfuerzo de sonreír ante ese dispositivo que es cámara-laboratorio-correo-periódico y en el cual la respuesta se reduce a segundos. En consecuencia, volviendo al inicio del presente texto, el selfie no puede ser analizado con los parámetros de una cultura ya superada en la que los conceptos de espacio y tiempo estaban bastantes definidos.

Algunas lecturas del selfie como fenómeno en la red

En lo que respecta a su lectura en la red, este tipo de imagen lleva el estigma del récord. Lo efímero de su existencia depende de los contadores que van generando metas a superar en su próxima edición. En este caso, ser punzante en la generación de controversia fortalece la vanidad y produce a su vez más enlaces, likes y comentarios como reacción en cadena. El “cuánto tienes” “cuánto vales” no se refiere a bienes, sino a cortos textos que aumentan la carga de fabulación de la fotografía tratada. El objetivo es ser viral; todo lo demás parece ser una práctica para lograrlo.
En otro orden de ideas, desde el mundo de la psicología algunos autores apuntan a la teoría de que, a diferencia del autorretrato, el culto al yo visto por mí mismo a partir del selfie, parece exponer también las fisuras en la capacidad comunicacional y de relación del autor en el mundo real. Por el contrario, creemos que el andamiaje de la autofoto no va en relación inversa con la capacidad de socialización en el mundo físico, sino más bien, con las políticas de aceptación practicadas por un entorno de seguidores con características de tribu virtual que, por convención del colectivo, permite en los contadores la inflación de seguidores inorgánicos y así, la obtención de likes inorgánicos como intercambio. Esto, lejos de afectar las relaciones en el mundo real (como sí parece hacerlo el smartphone) mantiene el contacto y la caricia que apuntala la identidad del autor en la parte superior de la pantalla del ordenador.
Lo antes expuesto, visto de manera superficial, pareciera calificar al selfie como una estupidez globalizada pero, por el contrario, es una manifestación de la cultura digital que responde a nuevas formas de interrelación basadas en valores distintos a los que estábamos acostumbrados. La atención a los asuntos de importancia para la convivencia solo se ha desplazado a otras formas de comportamiento-. Vale decir que, aun así, las formas habituales de convivencia no han sido abandonadas de forma definitiva por las nuevas generaciones. La reafirmación del yo y la construcción de la identidad mosaico (Castaño 2012) están acorde a las necesidades del conglomerado humano que crece y se educa en el intercambio de lo que para nosotros pertenece solo a nuestra intimidad. De tal modo que los calificativos utilizados para caracterizar al selfie y a sus autores, deben ser repensados en el contexto de la velocidad con la que cambia la información. De tal modo que palabras como banal, intrascendente, superficial, fatuo; deben ser leídas en otro contexto pues, lo que antes era causa de rechazo, ahora son factores condicionantes para la aceptación en determinados grupos etarios que gozan de la uniformidad en el gesto y en la prosémica.
Al intentar algunas conclusiones, pudiéramos decir que el selfie es una manifestación modal de la cultura digital. En ella, las redes sociales responden a nuevas formas de interrelación personal, basadas en valores notablemente distintos a los que estábamos acostumbrados. De tal modo que la privacidad cotidiana se expone libremente hasta convertirse en la carta de aceptación dentro del entorno. Esta manera de ver el espacio de convivencia, en el cual el autor incorpora al receptor en la construcción de su identidad virtual, se caracteriza por utilizar como estandarte una visión positiva de la existencia del autor. Una identidad que es creada a través de cualquier dispositivo de captura que ofrezca la posibilidad de manipulación e inmediatez suficiente para la conexión a las redes.
En este contexto y pensando en el futuro, es posible que en un espacio tan reducido del visor, la monotonía sea aplastada de manera constante, promoviendo la creación de imágenes que compitan por su atrevimiento personal en referencia a los límites morales de los distintos grupos de amigos virtuales. Tal característica terminará obligando al selfie a una evolución hacia lo estéticamente intencionado y su trascendencia sobre la infinita superficie de las imágenes anodinas. La autofoto es una tendencia que va a depurarse, pero no desaparecerá porque el amor por el yo no sucumbe. Al contrario, alimenta la necesidad de compartir “mi propiedad corporal”, porque sólo al espejo puedo contemplar esa parte de mí que no puedo auto poseer.
 Visto de esta forma, la comprensión de este fenómeno amerita una apertura importante en nuestros sistemas de análisis, ya que no es objetivamente posible desde la óptica tradicional, cuya visión de espacio y tiempo real en nada coinciden con la ubicuidad que permite el internet. Tal vez, la visión monoscópica de quienes, al parecer, ven el selfie como una manera de huir del mundo físico, les hace generalizar, a partir de un número infinitamente pequeño de casos en relación a la cantidad de usuarios de las redes.
Un futuro un tanto movedizo e incierto nos permite poner en lista para la discusión desde el campo de la semiótica el “eso ha sido”, el noema barthesiano que, en cierto modo, aleja la fotografía del arte reafirmando el criterio de la analogía con la realidad que como sabemos, se desvanece paulatinamente dejando a la autofoto como una de sus últimos testigos. Esto nos hace ver que estamos frente a un paulatino, pero inminente desplazamiento hacia el “eso fue actuado” planteado por Soulages. Quien hace énfasis en las distintas decisiones con las que el fotógrafo interviene la visión inicial y la transforma en una imagen inacabable, lo que explica al autorretrato y la capacidad que como arte tiene este tipo de fotografía.
En un futuro no muy lejano, el cambio en el paradigma de las intenciones fotográficas, así como la aceptación en torno a lo anodino como objeto de veneración, terminará la discusión entre qué es o no fotografía, para enfocarse en la carga expresiva a través de la cual aceptemos que este intercambio de reflejos, es sólo una hermosa mentira que se desvanece en el encuentro físico con el otro.





sábado, 17 de agosto de 2019

PERISCOPIO FOTOGRAFÍAS DE JOSÉ DINIZ EN FLACH GALERÍA Y LIBRERÍA




El mar no responde a las historias pues el tiempo no ha logrado detenerse en él; no obstante, José Diniz (Brasil,1954) se acerca a ello al sostener tiempo, mar y movimiento en un mismo acto, uno en el cual el agua construye otros lentes convertidos en gotas y escurrimientos.

¿Una visión de náufrago antes de asirse a los objetos? ¿una mirada de tortuga que descansan en su travesía? No, estas son imágenes de quien espera que algo interrumpa la superficie para volver al recuerdo de su infancia una y otra y otra vez. Una experiencia de bañista mitad niño, mitad pez. un fotógrafo para quien sumergirse en este universo de partículas flotantes es un bautismo, una conexión con sus antecesores quienes tambien convirtieron estas aguas en imágenes tal como lo hace él ahora. 


Para Diniz, el periscopio es un asomo estando oculto. Una intención de descubrir las cosas de golpe, como en una cacería de todo lo que flota y se resiste a un fondo más allá de toda representación transformado en un tono completamente negro . 

En su obra, los límites del campo desaparecen en la unión de varias tomas de distintos tiempos y distintos objetos creando así un continuum basado en esa profundidad mutada en negro puro, en zona cero visualmente  inaccesible.

con José Diniz y su obra comprendemos que cuando la fotografía se torna en una expresión genuina no hace más que mostrar lo que somos a partir de nuestra memoria; es entonces cuando el juguete se hace obra, la niñez se manifiesta sobre el chapoteo de las canoas que se muestran como anfibios vigilantes  del fondo al mismo tiempo que contienen la memoria de los remadores.

Flach galería y librería en Santiago, Villavicencio 301 nos brinda por este mes la experiencia con José Diniz, el mar y la ficción desde su libro periscopio.



@WilsonPrada 



domingo, 30 de junio de 2019

Ojos que no ven: un libro para ver más allá de la ceguera

por @wilsonprada

El punto ciego es un espejo donde se mira  a sí mismo el ojo*

A Paz Errázuriz la conocí en la Bienal de la Habana en el año de 1994, han pasado 25 años desde una breve conversación con ella que cambió mi manera de ver la fotografía. A través de sus “realidades fragmentadas” descubrí que el fotógrafo no solo asume riesgos ante la realidad de la calle sino ante las reflexiones en torno al futuro de la fotografía. años más tarde, en 2015, llegó de nuevo a mi memoria al ver una de sus imágenes como portada del catálogo de photoespaña y hoy, Santiago de Chile me da la sorpresa de verla de nuevo, presentando junto  Jorge Díaz  el libro ojos que no ven. ¿Un libro para no ser visto? ¿Un texto que acompaña la oscuridad de la imagen sin destino?

En la fotografía siempre hay un más allá que no vemos aun siendo videntes y es allí donde habitan las evocaciones. Hoy, mientras reviso las imágenes que acompañan este texto, vuelvo a la reflexión respecto a la ceguera como punto de partida para un libro de fotografía:


             Fue el miércoles 19 de junio. Ese día, los espacios del Centro Cultural de España se hicieron pequeños para la asistencia a la actividad que dio inicio con el video ojos textuales de Carolina Tironi afianzado en el poema defensa contra la ceguera de Lorenzo Morales y seguido de las lecturas de la curadora Maríairis Flores, el oftalmólogo e investigador Patricio Bustamante, las palabras de agradecimiento del biólogo y activista  Jorge Díaz y de la fotógrafa Paz Errázuriz.
 
          
        Las respuestas a mis preguntas llegaron de inmediato, los argumentos planteados por los responsables del proyecto nos llevan a la reflexión en cuanto a la inexistencia de esa oscuridad que hemos adoptada hacia los no videntes. “Sí, es un libro para invidentes” - nos dice Maríairis Flores - “un libro para activar la reflexión hacia la ceguera como una realidad encarnada… como una metáfora…la ceguera como experiencia de vida ante una sociedad oculocentrica” y al mismo tiempo se interroga: ¿son los ojos el único camino para llegar a la imagen?


          Por su parte Patricio Bustamante nos afirma desde su intervención: “Las nuevas tecnologías hacen una apología de la vista, el ojo y la memoria… lo táctil y auditivo se ha desdibujado… los ojos y la justicia deben unirse para el encuentro de la verdad”


           En este libro patrocinado por FONDART 2018, diseñado por Vicente Vargas y cuya exposición se lleva a cabo en los espacios D21 proyectos de arte en Providencia desde el 27 de junio, transita desde lo científico hasta la hermosa metáfora de la fotografía, así recoge, entre otras imágenes, las experiencias visuales que la fotógrafa guardaba en sus archivos desde finales de los 60 y que, tal como ella afirma, son producto de una mirada que resume sus propios temores.

           Los textos de Jorge Díaz se mezclan recogiendo crónicas, testimonios, poesía y riesgo como le corresponde a quien, desde su activismo, entiende lo trascendente de la resistencia  ante una oscuridad impuesta.










   *extracto del poema Piero Montebruno leído por Paz Errázuriz
Agradecido por la grata compañía de Patricia Mraffko, Gabriel Rincón  

lunes, 3 de junio de 2019

MARTIN PARR-. UN SOUVENIR EN LA GALERÍA MIGUEL URRUTIA DE BOGOTÁ


Por @wilsonprada




No me alegra la pose, la sociedad es una patada en el trasero. 
                                                                                                       Martin Parr
   
       A principios de este mes de junio estuve  nuevamente en Bogotá y,como cada año, me reencontré con el Museo de arte Miguel Urrutia (MAMU) en la sede del Banco República, institución que una vez más nos acerca un fotógrafo icónico. En este caso se trata de  Martín Parr (Inglaterra,1952). Todas las salas dedicadas a la transformación del color en la fotografía inglesa y sus repercusiones sobre la fotografía documental. 
       
         
       
     
          Para Este fotógrafo inglés, la gente es el objeto, la gente es la vida, el consumismo es el tema, el tras bastidores del mercadeo es lo que subyace en su obra  influenciada por su compañero y mentor Tony Ray-Jones. Tanto su tema como su estilo, su consistencia y sus decisiones visuales permiten hacer de él un fotógrafo muy influyente e las nuevas generaciones.

Brighton beach, 1966 Tony Ray-Jones.

         En este marco, Parr  se plantea la lucha entre la imagen perfecta y la imagen imperfecta, entre La buena y la mala fotografía. Este conflicto, cuyos limites subjetivos alimentan interminables polémicas, lo persigue y lo enfrenta aun dentro de la agencia Magnum a la que ingresa en 1993 y en la que empezó a dar un giro interesante a lo documental que viene a ponerse de manifiesto con el ingreso de Cristina de Middel en 2017 a quien conocemos como una fotógrafa que toca la ficción.


      II
          El autor convierte el objeto en grito, se separa de la búsqueda de una técnica acabada y presenta su obra fuera de las convenciones usando distintas tecnologías de impresión y reproducción  por lo que utiliza desde la fotocopiadora como elemento de consumo masivo, hasta la inyección de tinta pasando por los procesos tradicionales de copiado a color.

           Tal vez el algunos visitantes ven un desorden, y un conjunto de imágenes  anodinas, mientras que el lector (ese que es capaz de mirar y establecer los patrones en la obra), descubre la solidez de la  educación visual del autor y de sus argumentos fotográficos. El autor compone de manera cuidadosa y cada portafolio es un abordaje distinto, así podemos ver "México" con una mirada totalmente frontal mientras que en "Dance" las imágenes están tomadas con un pequeño contra-picado desde la esquina inferior derecha; mientras que en "souvenirs" la toma en primer plano, centrando la atención en el objeto y su consumo. Las obras expuestas tienen en común la naturaleza efímera de lo fotografiado como consumibles, ya estén estos como ocupante de un espacio en el que esperan ser digeridos o sobre un cuerpo que nos los muestra como costosa posesión. En la obra de este fotógrafo todos consumen independientemente de sus rituales de clase para hacerlo, por ello, al ver  con detenimiento la muestra completa nos encontramos con alguien coherente desde el acto fotográfico hasta en la acción de la escogencia posterior y la preparación de sus portafolios.

           Sus autorretratos van desde Alemania, la India, Singapur, Italia abarcan desde 1991 hasta el 2016. Una bitácora de viaje, una colección presentada con marcos distintos que, dentro del conjunto, generan una especificidad para cada  pieza. A pesar de estar presentada de manera "azarosa" cada imagen tiene su propio espacio, su propio tiempo, su propio marco, su propia identidad dentro del grupo.

           Esta exhibicion es  un grito al oído y a la vista, una estética que burla el engaño de la fotografía de turismo. Portafolios tales como "Life is bigger" "Big Break", "The cost of living"  nos hacen pesar,  que detrás de la cortina del anti catálogo de turismo, las clases sociales se convierten en  objeto de su mirada incisiva  por lo que (parafraseando al autor) todos somos representación de lo banal. Parte de lo interesante de ver a Martin Parr es que sus imágenes parecen hechas el mismo día no son efímeras, no son atemporales, por el contrario, cada vez se parecen más a las imágenes de redes o tal vez las de las redes se parecen a estas.

          
      III

           Como muchos de los importantes fotógrafos en nuestra era, este artista inició su formación en la familia  y ello lo motivó a buscar la formalidad desde las aulas; no obstante, entrar a la escuela implica una disciplina, una continua y creciente complejidad que, con el tiempo, va creando en el alumno una necesaria problematización del entorno. Es en esta etapa cuando los que verdaderamente ven en la fotografía una manera importante de expresarse, encuentran que hay algo en ese espacio que no responde a la dinámica de la escuela. Este fotógrafo inglés es una muestra de ello.

          Su niñez y adolescencia estuvo envuelta en fotos, rodeada de colecciones, claves taxonómicas  de determinación de aves, catálogos entre otras otras propias de la formación científica de sus padres. Tal vez, ello modeló su mentalidad de archivo así como su capacidad para la organización.

         La repetición del esquema de aula lo llevó a los 20 años a enfrentar su propia búsqueda: una decisión que diez años antes o diez años después  pudo haber sido considerado como un acto de soberbia; no obstante, la efervescencia de los cambios en la Inglaterra de los 70  pudo considerarse  como una aceptación de su entorno, un desencanto de la estética imperante y una necesidad de ser protagonista de los cambios en el contexto del consumo. Quizás algunos piensen que  el autor pudo haberse mantenido con una visión distante y tangencial a estos movimientos pero eso no es  posible para alguien que comenzaba a conformar y estudiar una de las colecciones más importantes de  publicaciones de trabajos fotográficos, su cultura visual superaba entonces con creces a mucho de otros fotógrafos de su entorno.  
         

         La problematización de la temporalidad de la imagen de algún modo tocada por Bresson en 1953 con su planteamiento del momento decisivo, produjo una importante influencia en las rupturas  estéticas compartidas por Robert Frank, Edward Rusha, Gary Winogrand a traves de un documentalismo social sostenido en la escala de grises, así como las propuestas de William Eggleston, Joel Meyerowitz, o Jeff Wall; autores que asumen el color  como técnica de gran potencialidad expresiva aportando así al  desmontaje de la estética imperante. Este era un enfoque más cercano a la cotidianidad, una fotografía que rayaba en lo amateur como respuesta a una reglamentación de la composición que, en las escuelas de fotografía, estaba profundamente ancladas en la estética modernista. La interacción en el marco de esta antifotografía ampliamente expresada  por este grupo de autores, fue el caldo de cultivo de las  respuestas visuales  de un fotógrafo como Martin Parr quien ya en 1974 mostraba su primera individual.




          Parr dejó de buscar la gloria que aseguraban  las escuelas de la modernidad y decide aprender a ver la realidad colorida, veloz, desconectada. Los objetos que atrapa en sus negativos ordinarios  parecen humanizarse y buscar ser vistos por encima del resto. se convierten en protagonistas sometiendo la atención del consumidor, sin embargo, desde la mirada de lector volvemos a consumirlos sobre la copia hecha obra, sus fotografías se muestran a veces grotescas otras veces  sublimes, pero siempre cotidianos, cercanos a nuestras experiencias personales. La única diferencia con esa cotidianidad es la ausencia de sus sombras, la percepción de su bidimensionalidad impuesta por el uso constante de su  flash de anillo como luz agregada.

      


       En fin, Martín Parr ve su propio espacio, entiende su momento histórico y lo asume, no sólo desde lo técnico y lo expresivo, sino también desde lo discursivo, en Souvenir nada responde al azar, por el contrario, responde a  una obsesión de ordenamiento oculta tras el supuesto caos.

      

        
    Ciertamente es un hombre de mirada cáustica y, en una muestra de coherencia  su trabajo está conformado por parábolas visuales en las que la vida se muestra desprolija y se sobrepone a la “calidad” que aspiran las convenciones sociales.

   En "Souvenir" cada imagen es un comentario cargado de humor negro, pero dejan de ser comentarios aislados porque sus imágenes parten de un proyecto previamente intencionado. Cada fotografía tiene como fin estar inmersa en un conjunto metódicamente trabajado como quien ve colecciones de objetos en un álbum incompleto. Parr es una consecuencia de sus propias fotografías. Cada imagen lo reafirma  a la vez que lo confronta con su nueva realidad ahora plasmada en la sociedad de redes.

         La paradoja es que su obra  termina siendo obra-objeto de consumo de alta factura mostrando, una posesión. En fin, fotografía objetos de consumo para convertirse en obra de consumo, pero con la clara diferencia de que sus fotografías nos hacen conscientes del asunto.

      
Gracias a Germán Malpica, Jaime Pèrez,  Ricardo Gómez Pérez y a Cioleck Sánchez  por compartir esta experiencia

sábado, 26 de enero de 2019

CÓMO APORTAR A LA INFORMACIÓN EN TIEMPOS DE DICTADURA



CÓMO APORTAR A LA INFORMACIÓN EN TIEMPOS DE  DICTADURA 
               
               Wilson Prada  


       En los momentos de crisis sociales, existe en todos nosotros una necesidad de compartir información para ayudar a familiares y amigos en la toma de decisiones que les permitan seguridad y sosiegoEl problema es que, en otros, el acto de difundir información está motivado por la necesidad de protagonismo y posicionamiento en la red usando la estrategia de crear polémicas y noticias falsas. El asunto radica entonces en que usted, solo usted y nadie más que usted, sea capaz de entender su rol de comunicador en este proceso, ya sea desde el análisis, desde la cobertura de los hechos o desde su función de antena  repetidora. Lo de antena repetidora suena extraño ¿Cierto?, pero ¡no!, no es tan descabellado si tomamos en cuenta la censura aplicada a los medios impresos, televisivos o radiales, a lo que, además podemos agregar que muchas veces, desde nuestra cotidianidad tecnológica, obviamos que Venezuela no es una ciudad gigante; nuestro país tiene extensas zonas rurales a las cuales no llega la cobertura de internet. La escasa señal de telefonía se encuentra totalmente afectada por los continuos robos y daños temporales o permanentes de las antenas de repetición. Por supuesto, nada de eso es ajeno a una política comunicacional de sometimiento por parte del estado. 

Ahora, sabemos que tres cuartas partes de nuestra población, es decir, más de 18.000.000 de venezolanos, no poseen teléfonos inteligentes y la señal de internet (con la velocidad de navegación más baja de Latinoamérica) solo cubre el 40% de la nación. Eso genera una inmensa nube de desinformación dado que, ese gran porcentaje de venezolanos sin una puerta a la red, solo tienen acceso a los canales y emisoras gubernamentales a través de las cuales son bombardeados día y noche con mensajes controlados por el régimen. Ante esa desventaja,  debemos tomar medidas para resistir a la hegemonía comunicacional.

Ya que está leyendo esto, se supone que usted posee formas de conexión a la red, entonces, es un candidato privilegiado para hacer resistencia comunicacional. Usted pertenece ahora a ese pequeño porcentaje al que la tecnología le permite tener en la mano un dispositivo para ser observador, un testigo, pero también un constructor de la memoria, por lo que debe discernir entre honrar sus convicciones o entorpecer lo que puede ser la última oportunidad de ser libre en pleno siglo XXI. 

Ahora sabe que, en este momento, la única vía útil son las redes sociales y que estas deben estar al servicio de una información fluida y pertinente; no obstante, son estas redes  las que estamos llenando de discusiones bizantinas, publicidad, asuntos domésticos y autocontemplaciones que nada aportan a la solución del conflicto; peor aún, le dan espacio a las estrategias del poder al ralentizar la velocidad de carga y descarga de información, un mayor tiempo de verificación de las noticias lo provoca  un mayor consumo  de energía y  datos de navegación.

Una buena manera de colaborar es mantener sus impulsos de respuesta bien administrados, para ello lo invito a seguir estas recomendaciones:

Utilice el tiempo necesario en verificar a través de buscadores, el verdadero origen de las imágenes que está viendo, así verá si estas responden al presente que estamos viviendo o, por el contrario, son manipuladas y pertenecen a realidades y tiempos  distintos.

Recuerde antes de grabar o fotografiar que aquello que está registrando se convierte en prueba de identificación para establecer la memoria de lo que vivimos fuimos y de lo que aspiramos sea un aporte a la hora de justicia. Así que vacíe y resguarde todas las imágenes de  su cotidianidad. Para dejar espacio libre suficiente.

 Su registro visual merece convertirse en un documento, un acto inteligente, no instintivo. Por ello, mientras graba, responda a las conocidas preguntas ¿Qué?, ¿dónde?, ¿cuándo?, ¿cómo?, ¿quién?  El resto de la información quedará  automáticamente registrada en la metadata.

Su registro merece la concentración suficiente para mantener el pulso y con ello,  la nitidez de imagen,  así que aún en la conmoción de los eventos, trate de mantener su respiración y su equilibrio.

No deje todo para el último momento. Busque ahora los lugares seguros que le permitan abarcar el mayor campo de escena colocando su dispositivo en posición horizontal. Practique el tiempo necesario hasta  generar un hábito que  le permita convertir su registro  en documento.

Si lo que desea escribir es algo que redunda en  lo ya dicho  mil veces por otras personas, solo piense que estamos en una crisis comunicacional inducida, así que deje espacio para que la información importante fluya. 

Haga anotaciones de lo más relevante y, una vez ordenado, conviértase en comunicador telefónico.

Haga dos veces al día un reporte de todo lo que ha ocurrido para sus familiares y amigos

Recuerde que de cada 10 venezolanos solo 3 tienen teléfonos inteligentes y conexión de datos muy limitada (entre 1.1 y 1.4 gb). 

Piense que muchos intentan resguardar sus pocos datos para registrar la represión en sus comunidades. 

Utilice de manera inteligente sus redes. Este es el momento del protagonismo social, no de la estrella personal. Invite a su ego a convertirse en actor de la historia de un país entero y no a hacer el papel de un efímero contador de corazoncitos.

En fin, dedique su tiempo de resistencia a su salud mental y a hacer aportes importantes a la causa.

viernes, 28 de diciembre de 2018

ROBERTO FONTANA y su visión de otra parte




“Fontana vivió todo apresuradamente. Logró aprehender el momento con vehemencia, el instante único.”
                                                                                             Luna Benítez
         
Ya estamos bien avanzados en diciembre. Es lunes 28, día de los santos inocentes y de paso llueve  por lo que se ha aplacado un poco el olor a dektol que caracteriza  los viernes en este laboratorio. así que hemos comenzado la mañana cambiando las cubetas de sitio, colocando el papel vencido dentro de las cajas nuevas de Ilford Galerie y escondiéndonos para mirar la cara de los alumnos nuevos en el momento de revelar sus copias. Esa la manera de divertirnos un poco con los incautos. Afuera las birras en la nevera y el sonido repetitivo de una gaita mezclada con el timbre ded teléfono a reventar: ¡Cuando voy a Maracaibo! y empiezo a pasar el...

¡Alo!... ¿Cómo es la vaina?
-Que el gordo queeeé?
-Coño mi pana. ¡Esos no son juegos! Este día es para fastidiar a los nuevos y ya estamos viejitos pa´ la gracia.

Pues ¡No!, no es juego. Luis Brito acaba de avisar que murió el gordo.

         Sí, así de repente, como un disparo de flash. Como un obturador en alta, sin despedirse, así como si se le hubiese acabado la película que llevaba por dentro  y que todos creíamos inagotable.

         Por un instante viajé a Venecia, Padua, Florencia entremezclada con Araya, Paraguana, El Tigre o Anare. Hice un trasbordo del mármol a la locura del amor enajenado. A mi memoria vinieron los perros de las calles solitarias, los asnos centinelas de cementerios, la mascarada a la luz de los postes en Venecia, los espejos flotantes, La cara redonda. Sus franelas de superhéroe, pero sobre todo, una soledad tan sola que se adhería a la plata de sus fotos.  Tal vez por eso Gorka Dorronsoro escribiría en 1993  “Me parecía que miraba el mundo con tristeza pero también con la  extrañeza de toparse con una realidad huidiza difícil de aprehender…. Su fotografía aspiraba a captar la eternidad”.
       
       
 Ahora, gracias a Omaira Aponte, en este ejercicio en red, busco en el pasado de Roberto y se me presenta de nuevo un poema que presagia su muerte cuatro años antes.

“Moriré un día
No será en París
seguramente no será jueves
ni lloverá
simplemente hare un crac.
Será una noche de luna
su luz me dará la misma que hoy
Moriré de noche
oiré maullar los gatos.
Hacia el amanecer los gallos cantarán
traerán el vacío silencioso o el encuentro con el descanso
No mas vómitos de pecho
será en diciembre, espero, es más claro el cielo en las noches
será como deshojar margaritas en un abril que no existe
Nos miramos en años luz, nos medimos en sentimientos
era una premura contar nuestro afecto
viajamos sin compasión en una noche
recordando la historia.
Adiós.”
Roberto Fontana, 1988



         Era el que motivaba con sus imágenes a los que apenas comenzábamos a ver exhibiciones. Su capacidad ensayística se presenta en 1980 en el estado Vargas y sus retratos escudriñan el interior de los sujetos en el sanatorio de Anare. Allí,  registra el alma más que el cuerpo de quien lo mira. Su mirada  agiganta las ventanas de los otros para que expresen en silencio lo que los ha apartado de una cotidianidad que no logran comprende  El beso, el Grito, un hombre que sueña su espectáculo con una flor en la solapa. Ellos sólo eran ellos mismos: sin poses arregladas, sin pretensiones. Eso era lo que captaba este ojo acucioso.

 Paolo Gasparini uno de sus más cercanos diría más adelante: “La mirada de Fontana es el deseo de recobrar ese algo perdido, esa insatisfacción, restablecer la integridad de una carencia diría, casi resarcir, compensar un daño y devolvernos otra imagen más plena, menos deformada, más incisiva que la vida misma.”  

         Al mismo tiempo Roberto se expresa de manera personal en el espacio de la fotografía al adecuar la hermosa escala de grises a la poética visual de la que siempre echó mano. No en balde obtuvo desde muy niño una formación que le permitió comprender esa juventud vivida con el oficio de sonreír tras la cámara del estudio familiar al igual que Mario, su padre.

         Por un buen tiempo, su gran humanidad recorrió en los años 70´ las vitrinas de Foto Profesional en Sabana Grande, luego Micrón y otros negocios de renombre cuando apenas se acercaba su cumpleaños número dieciocho. Luego, aflora en él una carga de ironía, una mirada que se afianza en las conversaciones con los  amigos que ya mostraban con fuerza una estética  irreverente, una estética en la que muchos ojos educados en Europa y Norteamérica problematizaban la composición y la fotografía misma como acto.
       
                                                                                                          fotografia de Fernando Carrizalez
    En ese hervidero de los 70´ fotógrafos como Kudelka, Winogrand, Frank, Friedlander o Jeff Wall confrontaban a Bresson, Doisneau, Depardon  y hacían una especie de hibridación con la mirada latinoamericana  tan marcada por el compromiso social de Álvarez Bravo, Raúl Corrales y Pedro Meyer. Esta mixtura marcó una  época en nuestra fotografía y, en ese caldo de cultivo, estaba Roberto Fontana aprendiendo de Luis Brito, Jorge Vall, Alexis Pérez Luna, Ricardo Armas. Sebastián Garrido, Vladimir Sersa, Mariano Díaz, Federico Fernández, Félix Molina, Fermín Valladares, Nelson Garrido, Alí Araujo, María Teresa Boulton, Paolo Gasparini, Ged Leuffert, Fernando Carrizales, entre otros; además de compartir la sonrisa  y la delicadeza del trabajo de Cruz Velasquez, Gina Vall, y Raquel ríos. Muchos de ellos intercambiaban sus visiones reunidos en la Fototeca que dirigía  María Teresa Boulton. 

        Es en ese espacio en el que Fontana muestra su primer acercamiento a lo autoral con “Un viaje de Fotos” entre 1978 y 1979  y en esas felices andanzas, llega a formar parte del Consejo Venezolano de Fotografía al que asistía para compartir y nutrirse de una estética en la que buscaba un escape a sus años de dedicación a la fotografía de estudio y de publicidad.

         El Gordo siempre demostró que era poco dado a los discursos y a las elucubraciones académicas que daban un ambiente de seriedad, así que cuando la cosa se ponía muy profunda soltaba su célebre frase ¡Ay! Esto si es divertirse! devolviendo el carácter terrenal de la discusión.
      
                                                                   Foto de Josef Kudelka
      Mas tarde, iniciando la década de los 80´ Fontana hace dos vidas con dos luces distintas: una, la nocturnidad y la penumbra de una Venecia desenfrenada  y la otra, el sol abrasador de Paraguaná y Araya en una infinita contemplación con la que da rienda suelta a su reencuentro con la soledad.

         En una oportunidad le confiesa a Rafael Pedraza Díaz “Creo que mi vida es un poco ir y venir a mis sitios de origen. Yo me siento un desterrado. El que tiene raíces se aferra a ellas, las defiende, yo tal vez, tengo demasiadas raíces” 

         Ya a finales de esta década y después de largas temporadas entre Italia y Venezuela, Roberto comienza una interesante organización de sus trabajos en lo que llamó "La otra parte". Un audiovisual que musicalizó muy a su estilo con interpretaciones de Charles Asnabour y el "Baquiné de  angelitos negros" de Willie Colón. Esta amalgama la muestra en la Universidad Simón Bolívar así como en la semana de la fotografía en Barquisimeto junto a Mariano Díaz y Fernando Carrizales. Este diaporama da origen (después de su muerte) al hermoso libro "L´altra parte"en la que se recogen sus mejores imágenes.  

         Fontana era un hombre de imágenes comprometidas con su tiempo, por lo que intentaba clasificar y  archivar un valioso material que representaba su obra.  La ventana de su apartamento en la Av.Victoria filtraba la luz caraqueña sobre las carpetas de negativos y sus cajas de fotos perfectamente ordenadas mientras sus paredes se mostraban jactanciosas por exhibir las fotografías pulcramente montadas provenientes de  intercambios con amigos y conocidos.  Tal organización casi melancólica, terminaba al abordar su flamante malibú que parecía imprimirle una energía extraña para reírse de todo. De esos años son los retratos de las andanzas con, Ricardo Armas, Vladimir Sersa, Fernando carrizales, entre otros que dan fe de esa niñez retenida en un cuerpo ancho en la que vivía  su jocosa glotonería.

 “Moriré un día
No será en París
Seguramente no será jueves
ni lloverá
simplemente hare un crac.”

         Su corazón explotó (de tanta magia, diría yo). Explotó  de tanto corazón de amigos contenidos en su pecho. Hizo !Crac! de tanta ausencia en sus paisajes, de tanta contemplación, de tantos grises en sus copias, de tanto abrazo fraterno y de tanta picardía.

         Al día siguiente, como en procesión, salimos de Maracay a su último adiós. Llegamos a una funeraria pequeñita como su tristeza ubicada  detrás de la iglesia de San Pedro. Roberto lucía  su inseparable chaqueta de viajes fotográficos. 


                                                                                                         Foto de Ricardo Armas 

        El día después se inició el homenaje muy sentido de Daria Fontana (su madre), la fortaleza del carácter, la visión europea de sa vida, la mujer que él llamaba “La mia Conciencia”

“Será en diciembre, espero, es más claro el cielo en las noches “

         En la esquina, los transeúntes  canturriaban gaitas y, cuando todos pretendíamos filosofar sobre lo efímero de la vida y la materialidad del alma, Roberto parecía decir ¡Ay! Esto sí que es divertirse, ¡ja!

Wilson Prada
Febrero de 2014

Agradecimientos a Omaira Aponte por el ejercicio a Gina y Jorge Vall, Nelson Garrido, Fernando  Carrizales y Leonardo Rojas Magallanes por las anécdotas, los libros y las fotografías






Foto @Wilson Prada