viernes, 28 de diciembre de 2018

ROBERTO FONTANA y su visión de otra parte




“Fontana vivió todo apresuradamente. Logró aprehender el momento con vehemencia, el instante único.”
                                                                                             Luna Benítez
         
Ya estamos bien avanzados en diciembre. Es lunes 28, día de los santos inocentes y de paso llueve  por lo que se ha aplacado un poco el olor a dektol que caracteriza  los viernes en este laboratorio. así que hemos comenzado la mañana cambiando las cubetas de sitio, colocando el papel vencido dentro de las cajas nuevas de Ilford Galerie y escondiéndonos para mirar la cara de los alumnos nuevos en el momento de revelar sus copias. Esa la manera de divertirnos un poco con los incautos. Afuera las birras en la nevera y el sonido repetitivo de una gaita mezclada con el timbre ded teléfono a reventar: ¡Cuando voy a Maracaibo! y empiezo a pasar el...

¡Alo!... ¿Cómo es la vaina?
-Que el gordo queeeé?
-Coño mi pana. ¡Esos no son juegos! Este día es para fastidiar a los nuevos y ya estamos viejitos pa´ la gracia.

Pues ¡No!, no es juego. Luis Brito acaba de avisar que murió el gordo.

         Sí, así de repente, como un disparo de flash. Como un obturador en alta, sin despedirse, así como si se le hubiese acabado la película que llevaba por dentro  y que todos creíamos inagotable.

         Por un instante viajé a Venecia, Padua, Florencia entremezclada con Araya, Paraguana, El Tigre o Anare. Hice un trasbordo del mármol a la locura del amor enajenado. A mi memoria vinieron los perros de las calles solitarias, los asnos centinelas de cementerios, la mascarada a la luz de los postes en Venecia, los espejos flotantes, La cara redonda. Sus franelas de superhéroe, pero sobre todo, una soledad tan sola que se adhería a la plata de sus fotos.  Tal vez por eso Gorka Dorronsoro escribiría en 1993  “Me parecía que miraba el mundo con tristeza pero también con la  extrañeza de toparse con una realidad huidiza difícil de aprehender…. Su fotografía aspiraba a captar la eternidad”.
       
       
 Ahora, gracias a Omaira Aponte, en este ejercicio en red, busco en el pasado de Roberto y se me presenta de nuevo un poema que presagia su muerte cuatro años antes.

“Moriré un día
No será en París
seguramente no será jueves
ni lloverá
simplemente hare un crac.
Será una noche de luna
su luz me dará la misma que hoy
Moriré de noche
oiré maullar los gatos.
Hacia el amanecer los gallos cantarán
traerán el vacío silencioso o el encuentro con el descanso
No mas vómitos de pecho
será en diciembre, espero, es más claro el cielo en las noches
será como deshojar margaritas en un abril que no existe
Nos miramos en años luz, nos medimos en sentimientos
era una premura contar nuestro afecto
viajamos sin compasión en una noche
recordando la historia.
Adiós.”
Roberto Fontana, 1988



         Era el que motivaba con sus imágenes a los que apenas comenzábamos a ver exhibiciones. Su capacidad ensayística se presenta en 1980 en el estado Vargas y sus retratos escudriñan el interior de los sujetos en el sanatorio de Anare. Allí,  registra el alma más que el cuerpo de quien lo mira. Su mirada  agiganta las ventanas de los otros para que expresen en silencio lo que los ha apartado de una cotidianidad que no logran comprende  El beso, el Grito, un hombre que sueña su espectáculo con una flor en la solapa. Ellos sólo eran ellos mismos: sin poses arregladas, sin pretensiones. Eso era lo que captaba este ojo acucioso.

 Paolo Gasparini uno de sus más cercanos diría más adelante: “La mirada de Fontana es el deseo de recobrar ese algo perdido, esa insatisfacción, restablecer la integridad de una carencia diría, casi resarcir, compensar un daño y devolvernos otra imagen más plena, menos deformada, más incisiva que la vida misma.”  

         Al mismo tiempo Roberto se expresa de manera personal en el espacio de la fotografía al adecuar la hermosa escala de grises a la poética visual de la que siempre echó mano. No en balde obtuvo desde muy niño una formación que le permitió comprender esa juventud vivida con el oficio de sonreír tras la cámara del estudio familiar al igual que Mario, su padre.

         Por un buen tiempo, su gran humanidad recorrió en los años 70´ las vitrinas de Foto Profesional en Sabana Grande, luego Micrón y otros negocios de renombre cuando apenas se acercaba su cumpleaños número dieciocho. Luego, aflora en él una carga de ironía, una mirada que se afianza en las conversaciones con los  amigos que ya mostraban con fuerza una estética  irreverente, una estética en la que muchos ojos educados en Europa y Norteamérica problematizaban la composición y la fotografía misma como acto.
       
                                                                                                          fotografia de Fernando Carrizalez
    En ese hervidero de los 70´ fotógrafos como Kudelka, Winogrand, Frank, Friedlander o Jeff Wall confrontaban a Bresson, Doisneau, Depardon  y hacían una especie de hibridación con la mirada latinoamericana  tan marcada por el compromiso social de Álvarez Bravo, Raúl Corrales y Pedro Meyer. Esta mixtura marcó una  época en nuestra fotografía y, en ese caldo de cultivo, estaba Roberto Fontana aprendiendo de Luis Brito, Jorge Vall, Alexis Pérez Luna, Ricardo Armas. Sebastián Garrido, Vladimir Sersa, Mariano Díaz, Federico Fernández, Félix Molina, Fermín Valladares, Nelson Garrido, Alí Araujo, María Teresa Boulton, Paolo Gasparini, Ged Leuffert, Fernando Carrizales, entre otros; además de compartir la sonrisa  y la delicadeza del trabajo de Cruz Velasquez, Gina Vall, y Raquel ríos. Muchos de ellos intercambiaban sus visiones reunidos en la Fototeca que dirigía  María Teresa Boulton. 

        Es en ese espacio en el que Fontana muestra su primer acercamiento a lo autoral con “Un viaje de Fotos” entre 1978 y 1979  y en esas felices andanzas, llega a formar parte del Consejo Venezolano de Fotografía al que asistía para compartir y nutrirse de una estética en la que buscaba un escape a sus años de dedicación a la fotografía de estudio y de publicidad.

         El Gordo siempre demostró que era poco dado a los discursos y a las elucubraciones académicas que daban un ambiente de seriedad, así que cuando la cosa se ponía muy profunda soltaba su célebre frase ¡Ay! Esto si es divertirse! devolviendo el carácter terrenal de la discusión.
      
                                                                   Foto de Josef Kudelka
      Mas tarde, iniciando la década de los 80´ Fontana hace dos vidas con dos luces distintas: una, la nocturnidad y la penumbra de una Venecia desenfrenada  y la otra, el sol abrasador de Paraguaná y Araya en una infinita contemplación con la que da rienda suelta a su reencuentro con la soledad.

         En una oportunidad le confiesa a Rafael Pedraza Díaz “Creo que mi vida es un poco ir y venir a mis sitios de origen. Yo me siento un desterrado. El que tiene raíces se aferra a ellas, las defiende, yo tal vez, tengo demasiadas raíces” 

         Ya a finales de esta década y después de largas temporadas entre Italia y Venezuela, Roberto comienza una interesante organización de sus trabajos en lo que llamó "La otra parte". Un audiovisual que musicalizó muy a su estilo con interpretaciones de Charles Asnabour y el "Baquiné de  angelitos negros" de Willie Colón. Esta amalgama la muestra en la Universidad Simón Bolívar así como en la semana de la fotografía en Barquisimeto junto a Mariano Díaz y Fernando Carrizales. Este diaporama da origen (después de su muerte) al hermoso libro "L´altra parte"en la que se recogen sus mejores imágenes.  

         Fontana era un hombre de imágenes comprometidas con su tiempo, por lo que intentaba clasificar y  archivar un valioso material que representaba su obra.  La ventana de su apartamento en la Av.Victoria filtraba la luz caraqueña sobre las carpetas de negativos y sus cajas de fotos perfectamente ordenadas mientras sus paredes se mostraban jactanciosas por exhibir las fotografías pulcramente montadas provenientes de  intercambios con amigos y conocidos.  Tal organización casi melancólica, terminaba al abordar su flamante malibú que parecía imprimirle una energía extraña para reírse de todo. De esos años son los retratos de las andanzas con, Ricardo Armas, Vladimir Sersa, Fernando carrizales, entre otros que dan fe de esa niñez retenida en un cuerpo ancho en la que vivía  su jocosa glotonería.

 “Moriré un día
No será en París
Seguramente no será jueves
ni lloverá
simplemente hare un crac.”

         Su corazón explotó (de tanta magia, diría yo). Explotó  de tanto corazón de amigos contenidos en su pecho. Hizo !Crac! de tanta ausencia en sus paisajes, de tanta contemplación, de tantos grises en sus copias, de tanto abrazo fraterno y de tanta picardía.

         Al día siguiente, como en procesión, salimos de Maracay a su último adiós. Llegamos a una funeraria pequeñita como su tristeza ubicada  detrás de la iglesia de San Pedro. Roberto lucía  su inseparable chaqueta de viajes fotográficos. 


                                                                                                         Foto de Ricardo Armas 

        El día después se inició el homenaje muy sentido de Daria Fontana (su madre), la fortaleza del carácter, la visión europea de sa vida, la mujer que él llamaba “La mia Conciencia”

“Será en diciembre, espero, es más claro el cielo en las noches “

         En la esquina, los transeúntes  canturriaban gaitas y, cuando todos pretendíamos filosofar sobre lo efímero de la vida y la materialidad del alma, Roberto parecía decir ¡Ay! Esto sí que es divertirse, ¡ja!

Wilson Prada
Febrero de 2014

Agradecimientos a Omaira Aponte por el ejercicio a Gina y Jorge Vall, Nelson Garrido, Fernando  Carrizales y Leonardo Rojas Magallanes por las anécdotas, los libros y las fotografías






Foto @Wilson Prada