viernes, 28 de diciembre de 2018

ROBERTO FONTANA y su visión de otra parte




“Fontana vivió todo apresuradamente. Logró aprehender el momento con vehemencia, el instante único.”
                                                                                             Luna Benítez
         
Ya estamos bien avanzados en diciembre. Es lunes 28, día de los santos inocentes y de paso llueve  por lo que se ha aplacado un poco el olor a dektol que caracteriza  los viernes en este laboratorio. así que hemos comenzado la mañana cambiando las cubetas de sitio, colocando el papel vencido dentro de las cajas nuevas de Ilford Galerie y escondiéndonos para mirar la cara de los alumnos nuevos en el momento de revelar sus copias. Esa la manera de divertirnos un poco con los incautos. Afuera las birras en la nevera y el sonido repetitivo de una gaita mezclada con el timbre ded teléfono a reventar: ¡Cuando voy a Maracaibo! y empiezo a pasar el...

¡Alo!... ¿Cómo es la vaina?
-Que el gordo queeeé?
-Coño mi pana. ¡Esos no son juegos! Este día es para fastidiar a los nuevos y ya estamos viejitos pa´ la gracia.

Pues ¡No!, no es juego. Luis Brito acaba de avisar que murió el gordo.

         Sí, así de repente, como un disparo de flash. Como un obturador en alta, sin despedirse, así como si se le hubiese acabado la película que llevaba por dentro  y que todos creíamos inagotable.

         Por un instante viajé a Venecia, Padua, Florencia entremezclada con Araya, Paraguana, El Tigre o Anare. Hice un trasbordo del mármol a la locura del amor enajenado. A mi memoria vinieron los perros de las calles solitarias, los asnos centinelas de cementerios, la mascarada a la luz de los postes en Venecia, los espejos flotantes, La cara redonda. Sus franelas de superhéroe, pero sobre todo, una soledad tan sola que se adhería a la plata de sus fotos.  Tal vez por eso Gorka Dorronsoro escribiría en 1993  “Me parecía que miraba el mundo con tristeza pero también con la  extrañeza de toparse con una realidad huidiza difícil de aprehender…. Su fotografía aspiraba a captar la eternidad”.
       
       
 Ahora, gracias a Omaira Aponte, en este ejercicio en red, busco en el pasado de Roberto y se me presenta de nuevo un poema que presagia su muerte cuatro años antes.

“Moriré un día
No será en París
seguramente no será jueves
ni lloverá
simplemente hare un crac.
Será una noche de luna
su luz me dará la misma que hoy
Moriré de noche
oiré maullar los gatos.
Hacia el amanecer los gallos cantarán
traerán el vacío silencioso o el encuentro con el descanso
No mas vómitos de pecho
será en diciembre, espero, es más claro el cielo en las noches
será como deshojar margaritas en un abril que no existe
Nos miramos en años luz, nos medimos en sentimientos
era una premura contar nuestro afecto
viajamos sin compasión en una noche
recordando la historia.
Adiós.”
Roberto Fontana, 1988



         Era el que motivaba con sus imágenes a los que apenas comenzábamos a ver exhibiciones. Su capacidad ensayística se presenta en 1980 en el estado Vargas y sus retratos escudriñan el interior de los sujetos en el sanatorio de Anare. Allí,  registra el alma más que el cuerpo de quien lo mira. Su mirada  agiganta las ventanas de los otros para que expresen en silencio lo que los ha apartado de una cotidianidad que no logran comprende  El beso, el Grito, un hombre que sueña su espectáculo con una flor en la solapa. Ellos sólo eran ellos mismos: sin poses arregladas, sin pretensiones. Eso era lo que captaba este ojo acucioso.

 Paolo Gasparini uno de sus más cercanos diría más adelante: “La mirada de Fontana es el deseo de recobrar ese algo perdido, esa insatisfacción, restablecer la integridad de una carencia diría, casi resarcir, compensar un daño y devolvernos otra imagen más plena, menos deformada, más incisiva que la vida misma.”  

         Al mismo tiempo Roberto se expresa de manera personal en el espacio de la fotografía al adecuar la hermosa escala de grises a la poética visual de la que siempre echó mano. No en balde obtuvo desde muy niño una formación que le permitió comprender esa juventud vivida con el oficio de sonreír tras la cámara del estudio familiar al igual que Mario, su padre.

         Por un buen tiempo, su gran humanidad recorrió en los años 70´ las vitrinas de Foto Profesional en Sabana Grande, luego Micrón y otros negocios de renombre cuando apenas se acercaba su cumpleaños número dieciocho. Luego, aflora en él una carga de ironía, una mirada que se afianza en las conversaciones con los  amigos que ya mostraban con fuerza una estética  irreverente, una estética en la que muchos ojos educados en Europa y Norteamérica problematizaban la composición y la fotografía misma como acto.
       
                                                                                                          fotografia de Fernando Carrizalez
    En ese hervidero de los 70´ fotógrafos como Kudelka, Winogrand, Frank, Friedlander o Jeff Wall confrontaban a Bresson, Doisneau, Depardon  y hacían una especie de hibridación con la mirada latinoamericana  tan marcada por el compromiso social de Álvarez Bravo, Raúl Corrales y Pedro Meyer. Esta mixtura marcó una  época en nuestra fotografía y, en ese caldo de cultivo, estaba Roberto Fontana aprendiendo de Luis Brito, Jorge Vall, Alexis Pérez Luna, Ricardo Armas. Sebastián Garrido, Vladimir Sersa, Mariano Díaz, Federico Fernández, Félix Molina, Fermín Valladares, Nelson Garrido, Alí Araujo, María Teresa Boulton, Paolo Gasparini, Ged Leuffert, Fernando Carrizales, entre otros; además de compartir la sonrisa  y la delicadeza del trabajo de Cruz Velasquez, Gina Vall, y Raquel ríos. Muchos de ellos intercambiaban sus visiones reunidos en la Fototeca que dirigía  María Teresa Boulton. 

        Es en ese espacio en el que Fontana muestra su primer acercamiento a lo autoral con “Un viaje de Fotos” entre 1978 y 1979  y en esas felices andanzas, llega a formar parte del Consejo Venezolano de Fotografía al que asistía para compartir y nutrirse de una estética en la que buscaba un escape a sus años de dedicación a la fotografía de estudio y de publicidad.

         El Gordo siempre demostró que era poco dado a los discursos y a las elucubraciones académicas que daban un ambiente de seriedad, así que cuando la cosa se ponía muy profunda soltaba su célebre frase ¡Ay! Esto si es divertirse! devolviendo el carácter terrenal de la discusión.
      
                                                                   Foto de Josef Kudelka
      Mas tarde, iniciando la década de los 80´ Fontana hace dos vidas con dos luces distintas: una, la nocturnidad y la penumbra de una Venecia desenfrenada  y la otra, el sol abrasador de Paraguaná y Araya en una infinita contemplación con la que da rienda suelta a su reencuentro con la soledad.

         En una oportunidad le confiesa a Rafael Pedraza Díaz “Creo que mi vida es un poco ir y venir a mis sitios de origen. Yo me siento un desterrado. El que tiene raíces se aferra a ellas, las defiende, yo tal vez, tengo demasiadas raíces” 

         Ya a finales de esta década y después de largas temporadas entre Italia y Venezuela, Roberto comienza una interesante organización de sus trabajos en lo que llamó "La otra parte". Un audiovisual que musicalizó muy a su estilo con interpretaciones de Charles Asnabour y el "Baquiné de  angelitos negros" de Willie Colón. Esta amalgama la muestra en la Universidad Simón Bolívar así como en la semana de la fotografía en Barquisimeto junto a Mariano Díaz y Fernando Carrizales. Este diaporama da origen (después de su muerte) al hermoso libro "L´altra parte"en la que se recogen sus mejores imágenes.  

         Fontana era un hombre de imágenes comprometidas con su tiempo, por lo que intentaba clasificar y  archivar un valioso material que representaba su obra.  La ventana de su apartamento en la Av.Victoria filtraba la luz caraqueña sobre las carpetas de negativos y sus cajas de fotos perfectamente ordenadas mientras sus paredes se mostraban jactanciosas por exhibir las fotografías pulcramente montadas provenientes de  intercambios con amigos y conocidos.  Tal organización casi melancólica, terminaba al abordar su flamante malibú que parecía imprimirle una energía extraña para reírse de todo. De esos años son los retratos de las andanzas con, Ricardo Armas, Vladimir Sersa, Fernando carrizales, entre otros que dan fe de esa niñez retenida en un cuerpo ancho en la que vivía  su jocosa glotonería.

 “Moriré un día
No será en París
Seguramente no será jueves
ni lloverá
simplemente hare un crac.”

         Su corazón explotó (de tanta magia, diría yo). Explotó  de tanto corazón de amigos contenidos en su pecho. Hizo !Crac! de tanta ausencia en sus paisajes, de tanta contemplación, de tantos grises en sus copias, de tanto abrazo fraterno y de tanta picardía.

         Al día siguiente, como en procesión, salimos de Maracay a su último adiós. Llegamos a una funeraria pequeñita como su tristeza ubicada  detrás de la iglesia de San Pedro. Roberto lucía  su inseparable chaqueta de viajes fotográficos. 


                                                                                                         Foto de Ricardo Armas 

        El día después se inició el homenaje muy sentido de Daria Fontana (su madre), la fortaleza del carácter, la visión europea de sa vida, la mujer que él llamaba “La mia Conciencia”

“Será en diciembre, espero, es más claro el cielo en las noches “

         En la esquina, los transeúntes  canturriaban gaitas y, cuando todos pretendíamos filosofar sobre lo efímero de la vida y la materialidad del alma, Roberto parecía decir ¡Ay! Esto sí que es divertirse, ¡ja!

Wilson Prada
Febrero de 2014

Agradecimientos a Omaira Aponte por el ejercicio a Gina y Jorge Vall, Nelson Garrido, Fernando  Carrizales y Leonardo Rojas Magallanes por las anécdotas, los libros y las fotografías






Foto @Wilson Prada

domingo, 16 de septiembre de 2018

Juan Toro: la fuerza de un ocultamiento en la Galería Tresy3


La misión de los artistas es recordar aquello que no recuerda nadie Mircea Cărtărescu (*)
I
La violencia es un hecho extraordinario, no común, un hecho fuera de lugar, algo fenomenal que altera la cotidianidad; por supuesto, hablo de la violencia en sociedades en las que los ciudadanos exigen, proponen, aprueban y acatan  leyes; es decir, en un Estado de Derecho; al fallar este, la lucha parece no tener sentido y  terminamos siendo parte de una cotidianidad  que coloca el horror y la tragedia en la carpeta de lo intrascendente, una carpeta en la que  la memoria sepulta lo que ya no le asombra. Esa es la fosa del olvido a la que como sociedad nos enfrentamos en una batalla desigual, una que endurece la piel ante el dolor propio y ajeno.





En esta propuesta, la rasgadura puede ser ventana que nos muestra los límites de la  mirada,  pero también puede ser  espejo de lo que somos o seremos si por confianza o cansancio bajamos la guardia. Esta rasgadura oculta lo que debe ser imaginado, oculta los rostros que podemos cambiar mentalmente a nuestro antojo: ella es María, ahora Beatriz, Yolanda o Carmen, todas están más allá del campo de la imagen. Esta escotilla rota es  el fragmento,  el detalle, la cuota parte de un todo que perturba.

Por un momento me importa alguien ignoto.  No sé quién está tras el disparo ni quién recibe el proyectil que mancha de lágrimas el alma. ¿Ignacio? ¿Jorge? La imagen se desplaza del  campo de representación hacia una seguidilla de imágenes mentales que más que respuestas generan una inmensa duda: la de no identificar, la de no poder dejar un rostro de los tantos vistos. Cada obra me acerca a las caras que habitan mi memoria; entonces duele, siempre duele porque la violencia es dura hasta en lo más oculto de esa duda que nos hace contener  el nombre.

II
Un cristal perforado nos remite a la violencia y a la muerte con un nombre invisible grabado en cada esquirla. El cristal hueco parece estar preñado de huellas y expedientes sin un destino justo. Esa es la forma en que Juan Toro como autor, unido a  Johanna Pérez Daza y Ricardo Jiménez como curadores, nos recrea nuestros miedos en una sala tan fría como esta justicia yerta, inmóvil, descompuesta y aun con el ¡Ay! atragantado  desde su ajusticiamiento sumarial.


Así, es esta muestra o, mejor dicho, este ocultamiento que nos presenta la galería tresy3 en una propuesta en la que Juan Toro da una respuesta llena de connotaciones a una realidad que de tan cercana ya no llora en los ojos sino en los recuerdos. En “…” cada obra es un contenedor, un vestuario con final no biodegradable, una cortina negra de poliuretano que niega la mirada  del todo llevándola al fragmento. Ese pedazo de algo o de alguien que necesito completar desde las propias vivencias.

Estas son imágenes para  un encuentro reflexivo con el resto del pedazo. Entonces, la duda está ahora y más aun, estará mañana y siempre porque, mucho después de nuestras respuestas, eso no visto, eso oculto volverá con otra interrogante. Tal vez alguien lo entienda como un riesgo estético, yo lo veo como un riesgo políticamente necesario ante tanta imagen que vive de la sangre en el olvido del día siguiente, tanta obra producida en masa como suvenir de días santos y ferias de buhonería. Lo veo como una respuesta ante las miles de imágenes forzadas de tricolores en llanto que exprimen el mal gusto desde una vacuidad insoportable.


Esta nueva experiencia de Juan Toro requiere una visita silenciosa, desvestida de prejuicios una visita que nos conecte con nuestros miedos, esos que nos asaltan desde la negrura del poliuretano que  viste a diario a cientos de hijos de esta tierra que consideramos patria.  

P.S. Las respuestas ante estas propuestas, algunas veces se desbordan y reflejan el comportamiento que resume el desahogo social a través de la imitación de un modelo de asalto, profanación o expropiación que se repite a lo largo y ancho de la geografía nacional. La explicación podría darse, en este caso, desde la existencia de un  mirador que necesita de la visión directa, un mirador que no logra recomponer lo connotado y recurre a la búsqueda de la totalidad para satisfacer su interrogante o tal vez,  responda al morbo de lo explícito y, de ese modo, explaya  lo inicialmente silenciado.


No está demás decir que, aun cuando este acto de intervención produce algunos giros a las intenciones primarias del artista, nunca trastoca su respuesta estética, por el contrario, despierta importantes reflexiones que marcarán en adelante su hoja de ruta como autor.
 Wilson Prada

(*) Tomado del texto de sala de  Johanna Pérez Daza

martes, 23 de enero de 2018

MIGUEL MOYA Y “MACUQUITA DE ORIGEN Y SANGRE AFRICANA”

       
“La fotografía es, antes que nada, una manera de mirar. No es la mirada misma.”
Susan Sontag

Zona V

            A través de los ojos de Miguel conozco a Rony, las Marías y a Carla, portadoras de sangre con historia de José Leonardo Chirino; ese que, desde la hacienda Macanillas, por los lados de Curimagua, alzó junto a otros su voz y sus puños contra la esclavitud. Por ello, con el tiempo, sus manos empaladas terminaron abarcando la valentía de buena parte de las tierras falconianas. Ese pasado convertido ahora en piel, se presenta en más de 40 imágenes de Miguel Moya que refieren a “Macuquita de origen y sangre africana”

     
            Hace ya 4 meses,  El 15 de septiembre de 2017 que en la sala y oficinas del CENAF se inauguró la exposición individual de este autor, tal vez uno de los documentalistas venezolanos con mayor producción relacionada con las comunidades apartadas de la visión cotidiana del país.




Zona VII       
  
                    Moya  se presenta esta vez con buena parte de su trabajo en un formato de proporciones 1:3, lo que vemos como un cambio importante en la presentación de su obra ya que, aun en las dificultades que caracteriza a esas proporciones, da muestras de un excelente manejo de los aspectos formales de la fotografía.

          
            Para ahondar más en el portafolio me acerqué al blog de este autor, cuya obra reviso habitualmente por su acercamiento genuino a las comunidades y por su compromiso con la imagen. Esa cercanía, me trae a la mente a otros autores de décadas atrás tales como Mariano Díaz, Emilio Guzmán, Daniel Peña, Nelson Sánchez o Álvaro Silva  (por nombrar solo algunos) quienes, aun con sus características muy particulares, coincidieron por el mismo compromiso con la documentación profunda de nuestra población. Una vez recordados estos autores que respondieron con fuerza a su momento estético, debemos considerar que las nuevas propuestas de la visión documental muestran importantes desplazamientos; ello ha  movilizado nuevos criterios y tratamientos tanto temáticos como compositivos. Indudablemente la fotografia documental  se dirige hacía abordajes más autorales y riesgosos así como a construcciones simbólicas más densas lo que, en este caso, podemos encontrar en su portafolio completo que el autor presenta en miguelgarciamoya.blogspot.com, alli el manejo del color y de los paralelismos le permiten ubicarse entre el registro clásico y una interpretación autoral más contemporánea ( sin embargo, esta visión no estuvo representada en la muestra.) 



            Su planteamiento en Macuquita es de carácter ensayístico y expresa un importante intercambio de intenciones  con la comunidad. una vez visto la extension del trabajo me atrevería a afirmar ahora que el riesgo estético es una cercanía al borde de nuestros límites en la búsqueda de un salto en la historia personal, uno en el que nadie sale lastimado por lo que siempre vale la pena el intento.

Zona III

         Extrañamos un texto curatorial así como la identificación de la mayoría de los sujetos; lo primero porque el texto permite un acercamiento desde lo institucional  y, lo segundo, porque afianza la identidad de la comunidad ademas de  permitir la futura documentación de las imágenes.

            Esta es una muestra que  no se debe dejar de ver ya sea en la sala o en el blog del autor. Es una oportunidad de disfrutarla no solo desde lo fotográfico y desde lo educativo, sino porque ella puede servir de inicio para la activación de la galería en la página web del Centro Nacional de Fotografía cuya apertura esperamos desde hace varios años y que dada la promesa del Director del CENAF  debería se una realidad para  febrero de 2018.       

Wilson Prada 









jueves, 18 de enero de 2018

EL INFERNO DE NACHTWEY





      Es necesario que alguien  asuma la responsabilidad de ir a la guerra para mostrar a los demás —a los que se quedan en casa— la naturaleza y el alcance de los peores instintos de la Humanidad.

James Nachtwey

Lo que llega a mis manos es un cuerpo oscuro con letras que apenas pueden ser vistas. Una mirada rápida, abre ante mis ojos el horror de Somalia, Sudan, Rwanda, Zaire como un infierno en el que los ayes y los huesos salientes apenas se cubren de piel teñida de dolor y muerte.  Después del llanto y el sobresalto de este primer encuentro, Bosnia, Chechenia Kosovo inundan mis ojos y se convierten en un nido de palas mecánicas que empujan, elevan y desechan cuerpos humanos como si de nieve en la calle se tratara.



Somalia

INFERNO no es solo un libro; es un boquete para asomarse a la deshonra de la especie humana, uno que marca la diferencia con el otro inferno: el de Dante, porque el de la divina comedia surgía de la imaginación convertida en  palabra;  el de Nachtwey, es un registro en el que tenemos la certeza de que cada ser vivo o muerto, cada mirada que implora, cada disparo, grieta, escombro; estuvo ante la cámara para afianzar el carácter indéxico de la imagen fotográfica.

Este libro no es  para corazones blandos, tampoco para fanáticos de leyes divinas pues, allí se puede dudar de cualquier “dios” así como de cualquier excusa. Es un libro donde la esperanza parece estar oculta tras la contratapa negada a prestar su mirada en la lectura; pero también es un libro que nos ubica en lo que somos como especie y nos hace mirar nuestra sociedad quejosa como un inmenso sinsentido: un falso cielo en el que se nos enseña desde los primeros pasos que ser alguien, tener algo y mostrar las etiquetas del mercado, nos convierten en ángeles que ocultan una existencia efímera haciéndonos voltear la mirada para no presenciar la realidad de las otras tres cuartas partes del mundo.   


Somalia
Chechenia
James Nachtwey reitera su mensaje visual de tal forma que, en algún momento, anula la respuesta del lector; de pronto sabes que en la próxima página encontrarás otro cuerpo famélico que aún se mueve por inercia. Aun así, esa repetición hace que cada fotografia se convierta en el cincel que horada el alma de aquellos que se creen duros y capaces de enfrentar el horror con una cámara encima con la misma actitud con la que enfrentan un viaje a Venecia. 

Con este libro que describo, la paradoja también llega de visita. Se acuesta con pose de maja vestida de alhajas en las mismas redes en las que INFERNO muta; por ello, esta publicación ha pasado de ser un corpus para la reflexión en torno a los contrastes creados desde las abismales diferencias entre la opulencia de una parte del mundo y el hambre o la muerte de otra. Todo esto  para convertirse al final en  objeto del mercadeo que sirve de columna a esta realidad dolorosa de la guerra. un mercado en el que un ejemplar firmado por el autor, se subasta en grandes sumas y así, alguien más puede presumir su posesión en su sala de estar; tal vez la misma sala de quien vende las armas, los diamantes y los sueños de los sobrevivientes de este holocausto.

Rwanda
P.D.: Quiero agradecer a Jesús Ochoa (de quien en cada ocasión aprendo otros ángulos de la fotografia documental)  por colocarlo en mis manos y permitirme la calma para repasar sus páginas.


miércoles, 3 de enero de 2018

CLAUDIO PERNA Y LA GEOGRAFÍA COMO DETONANTE DE UNA FOTOGRAFÍA CONCEPTUAL


Cuando el artista regresa de su largo viaje hay que escuchar con mucha atención a sus mensajes
Claudio Perna

Zona VII

El atrevimiento y el riesgo hicieron su habitáculo en la sala Juan Germán Roscio de la Biblioteca Nacional desde el 31 de agosto de 2017. Desde entonces, la hiperactiva visión de Claudio Perna (1938-1997) envuelve a quienes aún vivimos el asombro de su ausencia.















          Al ingresar a la sala, vale la pena detenerse en el hermoso texto de Slady Loaiza “los lugares de la utopía” pues, a través de él, nos plantea esta como “...una construcción simbólica capaz de imaginar y construir nuevos modelos de mundo como alternativa al orden establecido.” allí, nos hace ver que el arte y los proyectos éticos, por fortuna siguen siendo los lugares de la utopía y se enfrentan a un tiempo en el que las otras actividades del hombre carecen de ella.
Son varios los escenarios recreados museográficamente para mantener esa atmósfera que caracterizo a Perna siempre  rodeado  de archivos, proyectores,  catálogos; todo desde un aula poblada de pupitres en la que podemos ver cómo las ideas que emanaban del estudio de la geografía y su relación con lo humano, pudieron convertirse en palabras sobre las pizarras para entender que una cámara fotográfica  es solo un dispositivo para la captura; lo demás, es mirar, interpretar, construir, proponer intercambiar  mensajes, es decir:  decidir sobre lo capturado.

En un aparte de la sala, su habitación protegida por entidades mágico-religiosas nos permite comprender el espacio del pensamiento, el amor y el sueño del artista.  Claudio se confronta con la mirada ajena desde lo intimo, lo domestico, lo profesional y lo espiritual;  desde allí, como siempre lo hizo,  permite la co-creación de una obra.


Claudio Perna 20-40 Archivo vivo y memoria es un encuentro con cientos de copias, diapositivas, escritos, intervenciones, además de archivos, anotaciones e instalaciones que  hacen de esta exposición, un espacio para repensar la imagen y, aún más allá, repensar la interpretación de nuestra idea de existencia en la naturaleza. Claudio nos invita a unir ciencia, arte, razonamiento y sentimiento.

Zona V

Esta exposición  que  permanecerá hasta este el 18 de febrero  es una oportunidad para quienes, aun 35 años después, no aceptan su “locura” y se encierran en la negación  a aceptar que  al ubicar la obra de este artista  en el contexto actual, se puede entender de manera clara  su obsesión con ser parte del tiempo: ese que le tocó vivir, uno que respondía a importantes confrontaciones estéticas mientras gran parte de la fotografía nacional  no terminaba de desarroparse en su letargo modernista. Tal vez esa obsesión, lo llevó a problematizarlo, interpretarlo y en algunos casos, desbordarlo. 
Después de ver y estudiar esa relación Geografía -Tiempo- fotografía,  la interrogante que nos surge es: ¿hemos entendido el nuestro? por ello volvemos a 2016 y unimos la iniciativa de la Biblioteca Nacional con  actividades anteriores relacionadas con Claudio Perna, lo que nos coloca en perspectiva para comprender lo valioso y afortunado que fue el homenaje que ese año le hiciera la organización del Festival Meridafoto. Recordamos que a través de la convocatoria de untalclaudioperna  nos acercamos a su legado a través de la palabra, obra y presencia del hoy desaparecido Fernando Carrizales.



Ahora, ante la  intensa conexión de Claudio con la geografía, nos hacemos eco de Loaiza cuando expresa: “... es traerlo con la imagen de su obra que nos hace leerlo una y mil veces: unas para contemplarlo, otras para comprenderlo, pero sin duda, todas para disfrutarlo."

Zona III


Claudio Perna 20-40 (20 años de la desaparición del artista y 40 de la fundación del archivo Audiovisual) es un viaje a los inicios de nuestra fotografía conceptual, pero también un paseo por las distintas maneras de  descomponer el esfuerzo de muchos de los que trabajaron en ella gracias a la  lentitud en el funcionamiento institucional.  Lamentablemente, debemos señalar el descuido en el que se encuentra la sala luego de 100 días de inaugurada; proyectores descompuestos que no permiten ver la obra Urbano-rural (estudio del paisaje venezolano)  que  recoge en su diaporama más importante

Por otra parte, fotografías y paneles despegados, luces quemadas,  imágenes  desprendidas de sus soportes en las vitrinas.  En fin, esperamos que siendo Perna uno de los fundadores del Archivo Audiovisual de la Biblioteca Nacional (uno  de los más importantes de Latinoamérica)  se atiendan estos detalles de conservación y difusión  para lo que queda de esta importantísima muestra hasta febrero de 2018.